Suceso ocurrido en Triana

En los tiempos actuales, en los cuales nos quejamos de la actitud de pasotismo del trianero, de que no defiende su barrio ante los ataques del poder establecido o de aquellos que vienen para aprovecharse de nuestra buena voluntad, he aquí un relato basado en un echo real relatado por el cronista de Triana Francisco de Ariño.

«El pasado miércoles 22 de noviembre del año del Señor de 1595 se salió el río de madre. Durante varios días hemos estados pendientes de su progresivo avance. Una humedad lamiosa cubría el arrabal.

Ayer 30,día de San Andrés, llegó desmelenado al pie de la Cruz que está puesta en la pared del castillo. El río embravecido, con sus belfos terrosos embigotados de hierbas y ramaje, sorbía a grandes lametazos las piedras de las murallas. Se interrumpieron las comunicaciones por el puente zarandeado con fuerza por el brío acometedor de la corriente y comenzaron a escasear los mantenimientos.

Tras una deliberación de urgencia sacaron los vecinos»motu propio» a Sra Santa Ana en procesión de rogativas. Era tal la concurrencia que las parihuelas adornadas de romero y almario parecían flotar sobre la oscilante marea de la muchedumbre apiñada tras la abuela de Dios. 

En el interín el maestre del navío San Buenaventura, que era un portugués llamado el Cid, arribó desde la otra orilla, acompañado por un marino de Lepe, en una bamboleante chalupa, desafiando el riesgo, en busca de pan para la tripulación, que ya faltaba.

Amarraron la barca a la reja de una casa de la Orilla del río y fueron al horno de la calle carreteros, sito en el famoso corral de los Trompeteros.

Compró el maestre veinte hogazas y mandó al marino que las llevara a la barcaza mientras él abonaba su importe. Cuando el panadero le pidió seis reales por cada una de ellas, montó en cólera el portugués, enfurecido por lo que consideraba un abuso y la emprendió a palos con el tahonero. A los gritos acudieron los vecinos.

El maestre, farfullando y profiriendo bravatas a troche y moche, se escabulló, como pudo, entre las apretadas filas de los penitentes, que recorrían en esos momentos la calle Larga. Toda la gente del corral salió tras él intentando atraparle.

Se armó un revuelo imponente. Francisco Meneses, nuestro alguacil, que venía de revisar el avance de las aguas, a fin de tomar las medidas precautorias oportunas, si fueran necesarias, acudió atraído por el estruendo y el alboroto, que ponían en peligro el pacífico discurrir de la procesión, e intentó a su vez prender al del San Buenaventura, quien echó mano a su espada y logró escapar tras propinar una serie de certeros mandobles a los perseguidores más cercanos.

No pagó el pan y fue imposible.dado lo tumultuoso de la corriente, proseguir en barcas la persecución y darle alcance.

La chalupa del portugués, sorteando valientemente los remolinos y resbalando por el lomo aceitoso del agua llegó sin daño alguno al amparo propicio del casco del Buenaventura.

Cientos de manos engarfiadas lo amenazaron desde la orilla y él, riéndose a mandíbula batiente, les señalaba con descaro sus genitales».

Se burlaba como se han burlado otros en el pasado y se seguirán burlando probablemente en el futuro de la buena fe de la gente llana y trabajadora de este pueblo.

 

Ángel Bautista Guerrero

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