
Mi querida Triana… Los tiempos llueven desesperanzas y, más que nunca, necesitamos aguaceros de sonrisas. Así que hoy te traigo algo de esto último…
- Mamá, baja de las nubes. ¿En qué estás pensando?-Isabel estaba desconcertada, su madre ausente, cara de tonta y venga a suspirar.
- En Javier-Ana se vuelve hacia su hija con una enorme sonrisa.
- Y, ¿quién es Javier?
- Un hombre maravilloso, Isabel.
- ¡Ah! Y, ¿de dónde has sacado esa joya?
- De la biblioteca municipal Las Columnas, en la calle Pureza, ya conoces, al laíto de mi Esperanza. ¿Sabes? Me aconseja verdaderas joyas. Bueno, es un lector empedernido y sabe qué novelas merecen la pena.
- ¡Ah! Y por eso tienes cara de boba, por una buena novela. ¡Qué susto me has dado!
- ¿Por qué, hija?
- Creí que te habías enamorado, mamá, a tus años.
- Tengo sesenta y un años, ¿eso te parece mayor, tonta de las narices? Y por cierto, me he enamorado.
- ¡Mamá! Y, ¿papá?
- Enterrado desde hace ocho años. Se murió él, y…yo un poco con él. Pero aquí me quedé.
- ¿Te da igual lo que piense papá?
- Papá no piensa, Isabel. Te repito que está muerto, fallecido, difunto, cadáver, fiambre. Le fui fiel, pero ya no está y me he enamorado… perdidamente.
- Pero Mamá…
- Pero mamá, ¿qué, demonios? Es mi vida, no la tuya. Tú entras, sales, tienes amigos, viajes, seguro que amantes también, y me parece genial, hija, solo se vive una vez.
- ¿Te has acostado con el librero, mamá?
- Sí, y es buenísimo en la cama. Creí que se me habían olvidado los orgasmos pero qué va, qué va… Y no le llames librero, se llama Javier. ¡Ah!, le he invitado a cenar mañana para que lo conozcáis tus hermanos y tú más de cerca.
- Pero, ¿cuánto tiempo lleváis saliendo?, ¿qué edad tiene?, ¿es rico, pobre, chulo…? Conmigo no cuentes para esa encerrona.
- ¡San Jeremías dame paciencia!… Isabel si no vienes, tú te lo pierdes. Tu hermano y tu cuñada vienen. Además, ya lo conocen.
- ¿De qué, mamá? No me has respondido a las otras preguntas. Puede estar contigo por tu dinero.
- ¿Qué dinero, chalada? Si tu padre me dejó en cueros. Se lo gastó todo, que lo sepas.
- ¿En qué? No me respondas, en tus caprichos.
- En putas y en el póquer, hija mía.
- ¿Papá? Imposible, vamos, que no.
- Vale, para ti la perra chica… Me voy a la cama, me has puesto dolor de cabeza. ¡Qué lástima! Tan joven y tan enana mental. Deja un poco el despacho y vive más, Isabel. La vida está dando continuamente oportunidades, pero, claro, hay que salir a su encuentro.
- Mamá…
- ¿Qué, pesada?
- ¿Os habéis jurado amor eterno?
- ¿Eh?, ¿Cómo dices? Con tu padre, a Dios gracias, cerré el ciclo de la eternidad, hija. Ahora vivo y disfruto el día a día. ¡Hasta mañana!
M Ángeles Cantalapiedra, escritora
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