Apuntes sobre La Inquisición en Sevilla

La inquisición originariamente surgió con la intención de suprimir la herejía dentro de la propia iglesia católica. Pero la Inquisición «moderna», contrariamente a lo que se cree, era una institución independiente de la Iglesia, bajo el control directo y respaldada por la Corona, para perseguir a los falsos cristianos y a los herejes.

Fue creada por los Reyes Católicos y comenzó a funcionar en Sevilla en 1481 aunque los conversos se opusieron frontalmente a la implantación del Tribunal.

El asunto era que, siendo Sevilla como era un ciudad amalgama de culturas, con notables minorías judeo-moriscas y un gran centro mercantil abierto al tráfico de todas las naciones, resultaba un lugar idóneo para la presencia y difusión de ideologías no católicas.

Fue un arzobispo de Sevilla, Pedro González de Mendoza el verdadero fundador de la Inquisición Moderna. Desde entonces, Sevilla contó con arzobispos-inquisidores generales.

A los cristianos acusados de herejía se les prohibió la apelación a Roma, de modo que el «control religioso» se convirtió en «control político» al margen de la curia pontificia. 

El Tribunal del Santo Oficio inició su actuación teniendo como sede el convento de San Pablo de los dominicos quienes, debido a la rivalidad que mantenían con la Orden Franciscana y jugándose su prestigio no tuvieron problema en convertir su convento en cárcel pasajera de los hombres y mujeres «más culpados» de la herejía. Pero pronto tuvo que trasladarse al Castillo de Triana donde había más amplitud.

No obstante, dada las dimensión que estaba tomando la burocracia inquisitorial, ésta no dispuso de mucho espacio en el castillo: consta que  dos de los inquisidores tuvieron ásperas diferencias por una camarilla y hubo envidias provocadas por el despacho unipersonal  de uno de los notarios.

La labor esencial del Santo Oficio era la de perseguir y juzgar a los falsos conversos.

Las mazmorras del castillo quedaran pronto abarrotadas y pese a las obras que se hicieron, el hacinamiento de los reclusos hizo necesarias dos prisiones.

La verdadera inquisición se llevó a cabo en el Castillo de Triana: allí eran metidos los reos, donde el Tribunal los sometía a «interrogatorios»; y allí también aguardaban su ejecución los condenados a ello. En cambio, los condenados a cumplir pena de prisión quedaron recluidos en la denominada «cárcel perpetua» que estaba en el Salvador.

La cárcel del castillo era malsana, por húmeda o por calurosa, dependiendo del piso donde tocara la celda.

Como cárcel perpetua sirvió al principio una casa particular sita en la colación del Salvador, pero la Inquisición sevillana se vio obligada a alquilar varias casas por el fuerte incremento de presos.

La cárcel perpetua disponía de servicio religioso. Los reclusos, que salían todos los domingos a oir misa a la iglesia del Salvador vigilados por el alcaide, podían recibir visitas. Las personas de mayor categoría conseguían aliviar la prisión o salir de ella gracias al aval de familiares o amigos o al pago de una conmutación.

La composición del Tribunal en Sevilla durante esta época fue de:

  • tres inquisidores
  • un fiscal
  • un juez de bienes confiscados
  • cuatro secretarios
  • un receptor
  • un alguacil
  • un abogado del fisco
  • un alcaide de las cárceles secretas
  • un notario de secreto
  • un contador
  • un escribano
  • un nuncio
  • un portero
  • un alcaide de la cárcel perpetua
  • dos capellanes
  • seis consultores teólogos
  • seis consultores juristas
  • un médico.

 «…que tienen todos sus privilegios concedidos por los bienaventurados reyes don Fernando y doña Isabel, Reyes Católicos de buena memoria, y confirmadas por los que han sucedido. Viven en el Castillo de Triana los jueces y oficiales deste santo oficio.»

Juan de Mal Lara (1570)

Además la Inquisición disponía de la colaboración de los «familiares», una especie de policía, a menudo fanática, y que disfrutaba de los privilegios de escapar a la jurisdicción de los demás tribunales, estando autorizado a portar armas.

Aunque se prohibieron expresamente tales excesos, siguieron cometiéndose bajo el pretexto de la inmunidad que gozaban los servidores de la Inquisición y del derecho de asilo.

Respecto a los reclusos,  se procuró tenerlos incomunicados, a fin de quebrantar su ánimo y forzar la confesión. Sin embargo, el ingenio y la necesidad inventaron mil mañas y ardides para darse noticias.

En cuanto a la manutención de los reos, los presos ricos pagaban por ella una cantidad de dinero que fijaban a su antojo los inquisidores. A los pobres se les asignaba al día medio real, con el que tenían que hacer frente a los gastos de comida, limpieza de ropa, etc., no obstante esa limosna llegaba muy disminuida al destinatario tras haber pasado por las manos del receptor (recaudador o tesorero), del despensero, del cocinero y del alcaide de la cárcel… de modo que el sustento de los presos pobres corrió a cargo del Santo Oficio.

Lo normal, sin embargo, era que el encarcelado tuviese algunas propiedades las cuales perdía ipso facto y pasaban a ser del fisco. Otras veces arrambló con todo el alcaide del castillo de Triana.

Debido a su proximidad al río el castillo sufrió los destrozos de las crecidas de modo que en algunos periodos el Tribunal de la Inquisición hubo de trasladarse.

Los autos de fe que se celebraron en Sevilla tuvieron lugar, primero en las gradas de la Catedral, aunque la mayoría tuvieron lugar en la iglesia de Santa Ana, además de la de San Marcos y en el convento de San Pablo.

A todos estos lugares acudía una gran multitud, que solía participar de una manera enfervorizada en todo el complicado ceremonial que llevaban aparejados estos actos.

Normalmente los autos eran anuales, a celebrar antes o después de la Cuaresma, aunque no siempre. Un auto costaba mucho dinero  y el Tribunal siempre anduvo escaso de fondos, pues se nutría de multas y confiscaciones.

Eso sí, un inquisidor podía cobrar de salario ordinario 100.000 maravedises anuales, más, entre otras gabelas, 50.000 de ayuda de costas.

El médico percibía 50.000 maravedises de salario. A estos había que añadir las retribuciones de los pintores de corozas y efigies, el verdugo, …

Aunque la herejía y la maldad judaizante sería el blanco principal de su actuación, los tentáculos de la inquisición comenzaron a juzgar otros delitos y crímenes aunque estos fueran del ámbito de la jurisdicción civil;  como si quisieran erigirse en jueces no ya de la heterodoxia, sino de la moralidad cristiana.

Así moriscos y esclavos también estuvieron bajo la atención inquisitorial. Curiosamente las brujas que fueron blanco del odio popular, dentro y fuera de España, encontraron más comprensión y benevolencia que otros «malvados». También cayeron en las redes del Santo Oficio los extranjeros y esto con el aplauso general: Al pueblo, en el que anida siempre una latente xenofobia, le gusta ver cómo se hace escarmiento en los pecados ajenos, no en los propios.

El celo del Tribunal afectaba a herejes, bígamos, blasfemos, usureros, sodomitas, brujos, hechiceros y clérigos acusados de deslices sexuales.

La condición de los condenados era muy variada, desde el alcalde de Olivares, jurado, escribanos, alcalde ordinario, secretario del duque de Medina Sidona, religiosos, lombardero, cambiador, corredor de lonja, físico, curtidor, vinatero, trapero, calero, toquero … Únicamente se liberaban de su ámbito los obispos y las órdenes religiosas sujetas directamente al papado. No obstante, el Tribunal se esforzó por someter a frailes y ello originó múltiples querellas, al final  triunfó la Inquisición y también ellos estaban sometidos a su jurisdicción.

 

 

Fuentes consultadas:

  • Historia de Sevilla- F. Morales
  • Los conversos y la Inquisición sevillana- J. Gil