El doctor Hauser, un viajero escritor, dejó en 1881, este testimonio: «El barrio de Triana se distingue por el número mayor de corrales de vecinos; pues las parroquias de Santa Ana y la O cuentan con 69 con 5230 almas».
La pintoresca fisonomía de estos reductos urbanos que aún sorprende la sensibilidad de los forasteros, albergó -desde luego muy precariamente- lo mejor de la idiosincrasia de los barrios populares. La densa atmósfera de vida, la explosión continua de hondos sentimientos por los sucesos cotidianos donde coexistían la pena y la fiesta, el diario milagro de supervivencia que resurgía en cada patio, modeló la identidad de aquellas familias en la estrechez de las salas y alcobas y en la anchura común de la extraversión, donde los chiquillos organizaban su recreo de corto recorrido y los mayores buscaban el sol o la sombra para fundir aún más sus vidas bajo los filos húmedos de la ropa tendida.
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