
Tu calle ya no es tu calle,
que es una calle cualquiera,
camino de cualquier parte.
Soleá de Manuel Machado.
La Triana rural, que subsistió prácticamente hasta el primer tercio del siglo XX, ocupaba el eje longitudinal de Triana, de Norte a Sur, por las traseras de la cava, desde las propias de la Cartuja, que por cierto, jamás fue una isla, al huerto del Mariscal -entre el Patrocinio, la antigua línea del ferrocarril y Chapina-, pasando por el barrio León, -Huerta de las Torrecillas-, los tejares del Turruñuelo -de la Morera, del Moro-, las huertas de los Dolores o de Ardila y del Canónigo, llamada también del Jardinillo, entre San Jacinto y el camino del Chocolatero, (San Vicente de Paul) y sobre las cuales se edificó más tarde Construcciones Aeronáuticas, la de San Joaquín, esquina Matute y Evangelista y la huerta de María Niño, que consta en otros planos del XIX con nombres tan exóticos como del Marinerillo, Marianillo o Marianito, y que se situaba a espaldas del convento de las mínimas de la cava y la calle San Juan (Evangelista).

El Monte Marianillo era un montón de escoria, procedente de obras o derribos y donde los vecinos descargaban sus escombros y enseres viejos, y que como el Pirolo, se formó espontáneamente en la Huerta de Maria Niño, aproximadamente donde se encuentra hoy la plaza del farmacéutico Murillo Herrera.


En 1884, la calle Febo, nominada pocos años antes como Sol, eran tres casas pegadas a Evangelista, donde nacía, se convertía en camino e iba a morir a Los Remedios, frente a una huerta que daba al río, antes de la de Laffitte. En ese trayecto, lindaban con ella la citada huerta de Maria Niño, la de los Mártires, la de Cortina y la de la Victoria, por la izquierda, y la huerta Perdida, la de las Cañas -a su espalda la del Marqués-, y la de Polvorita, por la derecha. Entre estas dos últimas, Cañas y Polvorita, estaba el camino de los callejones, nombrados en el famoso martinete del Altozano y los piñones. Al final, la tan renombrada y cantada Huerta de Molina.
A la huerta de Molina
me viniste a buscar
el fango por las rodillas
las enagüitas remangás.
En Febo, o mejor, en el camino que atravesaba la zona rural de Triana y Los Remedios, desembocaban las legendarias Ardilla, Paraíso y Tulipán, esta última inexistente en nuestros días, calles donde,junto a Evangelista, Pelay Correa, Puerto,Victoria, la Cava, Troya y el Arquillo, etc., vivieron las familias cantaoras que dieron lugar a la leyenda de la Triana flamenca, y fue precisamente en esos lugares donde nacieron cantes fundamentales de nuestro arte. Allí, herreros o esquiladores y en ocasiones trabajando en las huertas o tejares de esa Triana rural de la que hablamos, nacieron y crecieron figuras tan indispensables que sin ellos no se podría concebir el flamenco. Núcleos familiares como los de los Brujo,

los Cagancho y los Gitanillo, sus descendientes los Titi,

los Fillo, que entroncaron con astros tales como La Andonda o La Perla,

los Moreno, saga a la cual pertenecieron Francisco la Perla y los Pelao, y más recientemente Herejía, El Juto, La Piruja;

familias como los Montoya o los Fernández,


y ese largo etcétera sin el cual no tendría páginas suficientes este blog como para acogerlos. Por todos ellos y en su recuerdo, va este escrito, para que no caigan en el olvido.

José Luis Tirado Fernández