DE AYER A HOY, relato

Era una mañana soleada de principios de noviembre, cuando sonó el móvil; un número desconocido con prefijo de Valladolid. Dudó si descolgarlo o no. Tenía demasiado trabajo por delante para perder el tiempo en que la trataran de vender algo, pero ante la insistencia del sonido, lo descolgó.

– Dígame…

– Silvia Jiménez, por favor.

– Sí soy yo.

– Es de la Universidad de Valladolid. Estamos contactando con alumnos de la promoción de 1980. La universidad va a celebrar un funeral en recuerdo del profesor Jaime Anglada Castro.

– ¿Cómo dice? -Silvia se puso muy nerviosa- ¿Ha fallecido?, ¿cuándo, ¿cómo?

– Falleció la semana pasada, el jueves. Una larga enfermedad. Será el próximo sábado a las doce de la mañana en la iglesia de La Antigua. Se ha puesto en sábado porque muchos antiguos alumnos viven fuera y, así, pueden asistir. Los celebramos por deseo del difunto.

– Gracias-escueto, seco y Silvia colgó. La temblaban las manos, todo.

Los virajes que da la vida, los años que se hacinan, pero en algún momento el pasado vuelve. Bueno y malo, regresa, pero la memoria es selectiva, inteligente, y deja delante de tu estantería vivencial las remembranzas que iluminan un ayer, cómo éramos entonces cuando comenzábamos a construir nuestras vidas. Nunca sabes lo que te vas a encontrar a la vuelta de la esquina. Tú crees en el futuro y lo que hallas es el ayer, el tiempo que pasó.

A Silvia se la amontonaban imágenes, sensaciones, recuerdos del fruto prohibido. Jaime era quince años mayor que ella cuando comenzó a estudiar la carrera, Desde el principio hubo feeling. A ella le gustaba la materia que él impartía. Casi nadie hacía caso en clase, menos ella. De ahí pasaron a encontrarse casualmente tomando un vino; él con otros profesores, ella, con sus compañeros. Se miraban desde un extremo a otro de la barra, hasta que sus miradas comenzaron a decir algo más. Ella vivía en la calle Gamazo, él, en la calle Galatea, en un modesto piso. Él estaba casado y dos hijos. Comenzaron a coincidir camino de casa, charlaban de lo divino y de lo humano. Hasta que en primavera coincidieron en El Campo Grande. Silvia repasaba unos apuntes cuando apareció Jaime. A él le gustaba aquel pulmón de la ciudad, refugiarse en él y leer. Se sentó junto a ella y, de pronto, sin venir a cuento, él cogió la barbilla de Silvia y la besó en los labios.

A partir de ahí, una historia de amor intensa como prohibida; toda la carrera de Silvia. Cuando ella terminó, Jaime pidió el divorcio. Fue una separación complicada y difícil, un escándalo en una ciudad de provincias en el que salió a relucir los amoríos de Jaime y Silvia.

Los padres de ella la quitaron del medio, y la enviaron a USA, y se fue sin mirar atrás. Volvió siete años después, quedándose en Madrid a trabajar. Supo de Jaime por sus amigas; por perder, perdió lo poco que tenía, y se había dedicado a beber, tanto, que lo echaron de la universidad.

Y ella fue al funeral. Se encontró con antiguos compañeros y profesores. El pasado estaba muerto, nadie lo recordaba, y Silvia respiraba tranquila hasta que un muchacho se acercó a ella.

– Disculpe, ¿es usted Silvia Jiménez?

– Sí, soy yo – ella le miraba con cara interrogante. El chico metió la mano en el bolsillo de la americana y sacó un sobre tendiéndoselo.

– Me dejó esto mi padre para usted-Silvia lo cogió, la temblaban las manos.

– ¡Gracias! -se dio la media vuelta y no dijo más, no podía, solo deseaba salir corriendo de allí.

Se fue al Campo Grande, se sentó en el mismo banco de aquel ayer. Abrió el sobre y leyó:

Silvia, te amaré hasta la muerte… Jaime

No había más. Dos lágrimas llegaron hasta el papel. Lo que él no sabía es que ella también lo amaría para siempre. Los prejuicios sociales y la juventud, se lo impidieron.

¡Bonito domingo, Triana!

M Ángeles Cantalapiedra, escritora

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