Y por Procurador llegamos de nuevo a Alfarería

Alfarería

Caminad por la calle Procurador, pero no mucho, solo hasta llegar al número 19, la Sala El Cachorro.

Se trata de uno de esos lugares especiales por su originalidad y únicos por su filosofía. En una antigua fábrica de gaseosa llamada El Cachorro, de donde procede el viejo rótulo cerámico de la entrada y el nombre del local, el grupo de teatro Laboratorio de Sevilla abrió en 1983 un lugar de ensayo y representaciones teatrales donde la escuela de teatro Viento Sur trabajó durante muchos años.

Hoy en día es una sala cultural multiuso, donde, además, se va a comer y a beber, en inviernos en su curioso salón interior amueblado con viejos sillones que le dan aspecto de sala de estar doméstica y en verano en su patio exterior, un antiguo corralón trianero. Entrad si lo encontráis abierto y disfrutad de su ambiente alternativo y de su oferta culinaria a base de platos vegetarianos y productos ecológicos, como el humus con zanahoria o el falafel con salsa de yogur, de sus bizcochos y tartas caseras a la hora de la merienda y de sus empanadas criollas, peros sobre todo de sus pitas, unas tortitas de harina rellenas de diferentes ingredientes. Igual os encontráis con una exposición fotográfica, alguna obra de teatro, una proyección de cine clásico o gente bailando tangos o bachatas en un saloncillo detrás del patio.

Al salir fijaos en el azulejo de la casa de enfrente. Recuerda a José Canela, Canelita.

Callejeos

Nosotros lo recordaremos con las dos estrofas finales del soneto que le dedicara Emilio Jiménez Díaz y que publicó en su blog Desde mi Torre Cobalto en el año 2010, donde queda reflejado que fue un torero efímero pero un gran contertulio.

Debutó en la Maestranza y dejó escuela,

grave quedó allá en La Lantejuela

y pagó con su sangre el alto costo.

Bailaba con un arte de primores,

y amigo amante de los mostradores

siempre tenía en su mano el mejor mosto

Si continuáis caminando llegaréis de nuevo a la calle Alfarería. Por el azulejo que hay en la esquina, el tercero de la serie de la Asociación Cultural y Artística de Triana, sabréis que la calle Procurador está dedicada a Fray Bartolomé de las Casas desde 1859, obispo de Chiapas y procurador de las Indias.

Bartolomé nació en Sevilla, probablemente en Triana, en 1470, en el seno de la noble familia De las Casas, entroncada en un caballero francés que participara en la reconquista de Sevilla. Sus biógrafos cuentan que el primer contacto que tuvo con los indios americanos fue cuando presenció la llegada de Colón a Sevilla y pudo ver a los nativos que éste trajo como prueba de sus descubrimientos. Le debió impactar tanto que unió su carrera religiosa como fraile dominico a la defensa de los indios, llegando en 1516 a ser nombrado por el regente del reino, el cardenal Cisneros, procurador o protector de todos los indios de las islas La Española, Cuba, Jamaica y San Juan, así como de Tierra Firme. En 1542 consiguió que Carlos I promulgara las Leyes Nuevas en las que se prohibía la esclavitud de los habitantes de todas aquellas tierras descubiertas, siendo nombrado al año siguiente obispo de Chiapas. Falleció en Madrid en 1566 y en el año 2000 la iglesia católica inició el proceso de beatificación del que fuera conocido como Apóstol de los Indios.

 

callejeos , Calle Procurador

Por vuestra izquierda llega el tramo más moderno de la calle Alfarería, con consideración de calle solamente a partir de los padrones del siglo XIX.  En él destaca la Antigua Taberna El Carbonero. Merece la pena que os acerquéis a ella aunque nuestra ruta continúe en sentido contrario, y disfrutéis de su ambiente y decoración, de sus tapas y de su rincón flamenco, trozo de barra donde se solía aposentar el ya referido Canelita. La taberna había sido fundada por sus hijos en los años noventa del siglo pasado en el local de una antigua carbonería, y en ella José Canela se reunía con los cantaores Antonio González El Arenero y Manuel León El Teta, que destacaría por su cante por fandangos.

El Arenero está considerado un purista de la soleá alfarera, cantaor aficionado, se dedicaba a extraer arena del rió y venderla a las obras, se hizo conocido al cantar en la peña La Soleá de Triana y profesional en 1979, a partir de una actuación en La Pañoleta, en Camas.

Una soleá recuerda sus orígenes:

Me llaman El Arenero

porque el pan que me he comío

se lo he ganado grano a grano

a las entrañas del río.

 

Otra vez debemos recurrir a Ángel Vela, quien llegó a decir de él en su libro Triana, la otra Orilla del Flamenco:

Nadie le ganó en esa dulzura necesaria ni en el dominio del complicado arco melódico que hay que recorrer con la garganta para interpretar el cante, reto imposible para estrellas del flamenco y que otros menosprecian porque no se atreven ni a intentarlo.

 

El autor de estos Callejeos encontró en El Carbonero una soleá escrita a mano por algún cliente sobre la madera de una de sus mesas. Decía así:

Los serenos de Triana

van diciendo por la calle

que duerma quien tenga sueño

que yo no despierto a nadie.

 

Después supimos que la compuso el sereno Garfia, un funcionario del ayuntamiento que fue vigilante nocturno durante el primer tercio del siglo XX. Muy querido en el barrio solía hacer sus rondas cantando serranas y soleares, y según dicen, la gente abría los balcones cuando pasaba para oírlo cantar. El sereno Garfia tuvo un nieto cantaor, El Teoro, Teodoro Armario Garfia, un reputado soleareno que también destacaba cantando por alegrías.

La Antigua Taberna El Carbonero está regentada en la actualidad por la nieta de Canelita, Carmen Canela, que ha sabido darle un fuerte impulso al negocio. Si podéis, pasaros un sábado a mediodía y quizás tengáis la suerte de vivir el nuevo ambiente de esta nueva antigua taberna trianera.

Es hora que volváis hacia el sur, hacia lo más profundo de la calle Alfarería, tramo que se conoció desde el siglo XV como Barrionuevo. Antes debió ser una vía interior que complementaría al camino real que era la calle Castilla, ruta que procedente de la Alcantarilla de los Ciegos la uniría con el otro paso sobre la Cava que había junto a la iglesia de San Jacinto. Como ocurrió con Castilla, la calle Alfarería estaría bordeada primitivamente por huertas, que poco a poco cambiarían su uso por el industrial al ser ocupada por los talleres y las viviendas de los alfareros y ceramistas, hasta formar un núcleo independiente de la calle Castilla que se dio en llamar Barrionuevo. Fue a partir de 1859 cuando se le cambió el nombre por Alfarería, por los numerosos alfares y hornos que durante todo el siglo XIX se habían ido instalando en ella, aunque en Triana se siguió conociendo a toda esa zona por el nombre de Barrionuevo durante mucho tiempo.

En esta esquina con Procurador nació el gran cantaor Niño Segundo en el año 1936, en los altos de la taberna que su padre tenía aquí mismo, falleciendo muy joven en los Estados Unidos.

Ahora entrad en la calle Alfarería y disfrutad de su caserío y su ambiente pueblerino de casas bajas y puertas abiertas. En pocos pasos llegareis al número 94, donde aparece una nueva placa de azulejos que recuerda que en esa casa vivió Marifé de Triana, famosa canzonetista que presumía de llevar por toda España el nombre del barrio donde pasara su niñez. Fue considerada matrona del género folclórico durante esos años sesenta y setenta en los que triunfó, creando una escuela que después seguirían tantas otras artistas. Se la recuerda entre muchos éxitos por su famosa María de la O. La perdimos en el año 2013, a los 76 años de edad.

Callejeos

Llegados a estas alturas de nuestros Callejeos es oportuno traer al recuerdo al pintor anarquista y después comunista Helios Gómez. Afincado en Triana desde niño, concretamente en el número 102 de la calle Castilla, escribió un dramático poema a la muerte de un joven alfarero al mismo tiempo que describía la Triana obrera de los años veinte del siglo pasado con inusual maestría, incluida la calle Alfarería, claro. Valgan estos versos como recuerdo:

Color de barro cocido

tienes la piel, alfarero.(…)

En la calle Alfarería

sinfonía de barro fresco

te espera tu rueda muda

tiritando de desvelo;

que en el eje de la noche,

ebria de plata y silencio

la increpa a voces la luna

celosa de su movimiento (…)

De la calle Alfarería

vuelve el mocito alfarero

y en su vuelta le persigue

llanto y muerte con el viento (…)

Que para morir en Triana…

no hace falta más que eso.

Seguid paseando por esta estrecha calle por donde tantos alfareros se habrán dirigido a sus talleres, por donde tantas carretas  habrán pasado llevando toneladas de tierra de la Vega que gracias al torno y a las manos del hombre habrán acabado hechas tejas de canales, cacharros en las cocinas o jarrones en los salones, y por donde habrán salido tantos azulejos que ahora adornan lejanos rincones de Sevilla. Porque conforme nos adentremos en el corazón del barrio, de nuevo, iremos dejando atrás los lugares donde se levantaban los tejares de alfarería gruesa para llegar a los dominios de los talleres de cerámica fina.

Y entre los alfareros, no podía ser en otro sitio, surgió en diciembre de 1975, en el número 70, una humilde esquina de la calle Alfarería, la peña flamenca La Soleá de Triana.

Fue fundada por Emilio Jiménez Díaz, de quien partió la idea y Paco Parejo Ramírez, el dueño del local, con la intención de tener un lugar donde poder reunirse los aficionados al cante de Triana y al mismo tiempo revitalizar la soleá del Zurraque.

Su filosofía la relata el mismo fundador, Emilio Jiménez, en su blog Desde mi Torre Cobalto:

Una de las cosas principales es que no sería una peña al uso, es decir, con socios, con cuotas, con presidente, etc. Aquello sería una reunión de amigos cabales. Después de los cantes espontáneos, se ponía mosto y vino del Aljarafe, aceitunas, rabanitos, papelones de pescao frito y cada cual entregaba lo que podía para pagar el costo. Eran unas noches deliciosas. (…) Lo importante de todo es que había cante de verdad y amistad. La reunión semanal se hacía en jueves, y por eso le pusimos a estos actos «Los jueves del Zurraque» (…) El que cantaba -y todos querían hacerlo- sabía muy bien que no cobraba. Aquello no eran recitales, sino espontáneos y entrañables apuntes de todos los cantes, lucha abierta de ecos y soníos, amigable duelo de voces.

Y así durante muchos años, en esta esquinita de la calle de los alfareros, se fueron reuniendo la mayoría de los artistas y aficionados del cante flamenco.

(Continuará)

José Javier Ruiz, del  libro Callejeos por Triana

 

— Más Callejeos por Triana 

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Presentación Callejeos por Triana. Segunda parte
Cubierta de Callejeos por Triana. Segunda parte.

 

 

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