Alfarero, El.- José Carlos «El Alfarero» probó fortuna en el planeta de los toros en una novillada para aficionados celebrada en La Maestranza la tarde del 29 de julio de 1974. El cronista entonces señaló su escasa fortuna con el novillo que le tocó en suerte y alabó su forma de entrar a matar.
Alfares.- Las santas Justa y Rufina, patronas de Sevilla, fueron alfareras de Triana, obreras del oficio bíblico «noble y bizarro»; culto artesano de una población que se vuelca sobre la ancha orilla de un gran río, fuente inagotable de la dúctil y noble materia primera. La técnica de los alfares conservó árabe y su propia terminología. Los olleros del medievo laboraban en talleres que más parecían antros alquímicos, en donde las almijarras, el peso, los molinos, morteros, vasos, hermas, almaxesas, el polvo blanco, el estaño, fueron elementos perdurables y básicos del estimado vidriado trianero.
En el siglo XVII se registran más de cinco mil personas dedicadas a labrar el barro en el arrabal, y aunque hasta la nefasta era de las especulaciones fue actividad preponderante, la alfarería fluctuó con los tiempos, gozando sus mejores años más recientes en las décadas de los veinte y cincuenta, tiempos en los que tomaron asiento en las relaciones laborales términos como torná, tajá, rueda, gabela, palomar, mantillo capilla, cachifa… vocablos de los tejares que designaban herramientas y labores.
La dureza de este trabajo -el barro exige esfuerzo y sacrificio- se recrudece con la asfixiante temperatura de los hornos en verano y con el cortante frío que hace de hielo el barro y el agua en invierno; ello influyó en el carácter del trianero, desmedido en el tajo y el ocio en la misma injusta proporción del sudor y el jornal. Hoy los hornos y tornos son artefactos mecánicos designados por siglas técnicas, facilidades que no disfrutaron aquellos hombres del barrio de los alfareros.
(Continuará)
Ángel Vela Nieto
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