EL BAILE DE TRIANA

baile, Triana

¡Arrimarse a la candela! Y se arrimaban bailando la flor de aquellas chiquillas y las viejas de los tangos; sembraba Manuel el Titi la sonrisa por los labios y mandaba a tomar viento negruras y desengaños; ¡Pícara literatura de su casa y de su bato! No alumbraban los candiles por payo ni por gitano ni se escatimaban flores por ser vecino o extraño cuando el danzante brillaba por la gracia de sus pasos. Salía Lola de su casa -arriba sus bellos brazos- agavillando su pelo con los grilletes de un lazo y las campanas del arte iban tocando a rebato.

Cuando llegaba Pastora a completar el retrato, ya estaba lista la tropa y los nudillos sonando, que por lo bajini empieza lo que termina por alto; no perdonaba el invierno ventoleras y chubascos, el cielo, negro capote, otorgaba su resguardo y a su través se asomaba la insolencia de los astros. El soniquete invadía la voluntad del espacio y encumbraba en la alegría la moral del vecindario; a dar una pataíta se iban todos apuntando, envueltos en la cadencia salían, luciendo y fijando los modos de la parroquia que de niños heredaron, esa soga que en el cuerpo se va liando y liando sin conocer el  porqué, sin saber cómo ni cuándo.

Isadora Duncan mira desde el reino del parnaso y le dice a la Paulova: ¡Qué arte, niña, qué garbo! No me quedo sin bailar el estilo de estos patios; se lo diré al Herejía, pa ´que me vaya enseñando, que de verdad te lo digo, pues ya me lo estoy pensando: cambiar la muerte del cisne por el  compás de este barrio.

José Luis Tirado Fernández