EL DUENDE DE LA COSTURERA DE TRIANA

Marta camina deprisa por el puente de Triana enfundada en un largo abrigo de Mas Mara de dos mil quinientos euros, se le había olvidado el calor de su tierra, aunque lo agradece recordar pues a veces siente que ha perdido las raíces y no es de ninguna parte, y es de las que cree que ha de haber un lugar en la tierra al que se debe volver a encontrase a sí mismo, el lugar donde nacieron y crecieron sus cimientos como persona. Sin embargo, Marta ha recorrido medio mundo, ha triunfado como empresaria, como mujer independiente y hecha a sí misma, pero ha dejado muchas cosas por la cuneta se reconoce, nada es gratis, todo es una balanza, todo tiene un precio… Sonríe al pasar por El Altozano, aminora el paso para deleitarse en ese inmenso ficus majestuoso que recibe a los turistas a la entrada de Triana. Da la vuelta en redondo, suspira y siente envidia por ese espíritu de barrio que se respira y se pregunta “¿Podrías volver a vivir aquí?” y automáticamente se responde “No, esto se me queda demasiado pequeño” y reemprende la marcha con cierta nostalgia…

Laura vive en Rodrigo de Triana y da los últimos toques al salón, en nada su amiga Lara llegara, “Madre mía, veinte años sin vernos”, se dice mientras recuerda la cara de sorpresa al ver el artículo en el periódico en el Diario de Triana y en el ABC en el que contaban que Marta había sido nombrada mujer del año. Qué guapa la encontró, con el mismo porte de siempre, la sonrisa que nunca se acababa en aquel rostro enmarcado con unos dulces ojos castaños que siempre miraban con ganas de ver más…, y ella, Laura Hernández ¿qué había sido de ella? No pudo responderse, el timbre de la puerta sonó.

No se miraron, simplemente se fundieron en un abrazo. Laura la arrastró hasta la salita y quitó el abrigo a su amiga.

– Espero que no tengas demasiado frio. Aquí no hay calefacción, pero he encendido la estufa- Marta miraba la estancia, Era muy chiquita, decorada con gusto y aún encontraba algún mueble y cuadro que le recordaba a su niñez y juventud, aunque notaba muchas ausencias, llamándola la atención una máquina de coser puesta en un rinconcito. Marta lo notó-… Es lo que me puedo permitir, Marta. Mi vida en estos años cambió mucho- Marta se vuelve hacia su amiga y la abraza nuevamente.

– Cuéntame. Estás mucho más delgada, muchísimo más…

– Ven, siéntate. ¿Copa o café?

– Copa, para recordar viejos tiempos- Laura desaparece y va a la cocina. Allí tiene una bandeja primorosamente preparada. Vuelve y se la queda mirando de una forma intrusiva, enciende un cigarrillo y pregunta a su amiga-… ¿Eres feliz, Laura?

– Bueno, esos son palabras mayores, pero sí, se puede decir que el abismo se alejó de mí, a Dios gracias- Laura mira a los ojos de Marta con deleite, con paz…

– ¿Qué quieres decir, Laura?

– Mi padre antes de morir se arruinó y tuve que hacer frente a demasiadas deudas. Vamos, me quitaron todo, menos las cuatro cosas que ves… Pero hace cinco años fui inmensamente feliz y de aquella felicidad, hoy me mantengo.

– Cuéntame…

– Superé un cáncer, Laura. Creí que iba a morir y no me importaba, así acababa con la lucha diaria, mi ánimo ya no podía más… Pero, ya ves, sobreviví y por un golpe de suerte, en el hospital Virgen Macarena conocí a un hombre en una sesión de quimio. Estaba muy solo, le ayudé en lo que pude hasta que murió y, unas semanas después, me comunicó un abogado que yo era su heredera, ¡fíjate qué cosas, Marta, ¡de novela! -Marta sonríe abiertamente mirando a las paredes-… No me dejó gran cosa, esta humilde casa en mi Triana querida, una pequeña cuenta, con la que pude pagar la herencia y esa máquina de coser…, con ella me gano la vida. Dicen que tengo duende en los dedos, yo que no sabía coser… Sí, Marta, creo que soy muy feliz y me siento muy agradecida. Y, ¿tú?

– Me das mucha envidia, Laura. No el que más tiene, es más feliz. He triunfado, sí, pero cada vez me pesa más la soledad. Esa es mi verdad.

Laura acaricia las manos de su amiga, “¡Qué piel más suave!” piensa mientras palpa las entrañas de su amiga difuminadas en su mirada.

– Nunca es tarde, Marta. Querer es poder. Si has llegado a la cima, podrás llegar a la esencia de la vida. Yo te ayudaré.

Cae la tarde en Triana. Por la ventana de un bajo de esta barriada humilde y con solera se escapan confidencias, risas y el cariño de una amistad que está renaciendo de unas brasas que nunca se apagaron.

¡Feliz domingo mi Triana bonita!

M Ángeles Cantalapiedra, escritora

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