
Manuel, Manu, lolo, Manué el Madroño, nació a setenta y nueve kilómetros de Sevilla en un lugar bucólico aderezado por doquier de hermosos madroños cuyo fruto son bayas esféricas que pasan del color verde al amarillo y de este al naranja y después de madurar se tiñen de rojo oscuro. Manué creció entre ellas y ya de adulto se dedicó a hacer gelatinas, confituras, mermeladas por su gran contenido en ácido málico y pectina que una vez cocinadas son muy apropiadas para acompañar a los manjares de la caza… Todo esto se lo cuenta a sus clientes entre el entusiasmo y la pasión.
Conoció a su bella Rocío en un viaje a Triana para ver a la abuela Pacheca hace tres navidades. La matriarca no hay quien le arranque de allí así que si alguien de la familia la quiere ver ya sabe dónde encontrarla…, en la calle Castilla al ladito de la O. Es más, fue la Pacheca quien hizo de celestina y preparó el encuentro. Su nieto con tanto madroño no veía más allá de sus narices y la estirpe de la Pacheca se esfumaba, así que puso remedio y sin pócimas ni na, se hizo acompañar por su nieto un 23 de diciembre a la misa dominical en la O. Hasta le hizo sentar en un banco en concreto donde una chiquilla con fervor miraba a la Virgen. A la hora de la paz, Manué se giró extendiendo su mano y allí estaba Rocío y sus ojos de azabache decorados de una dulce sonrisa; el muchacho olvidó los madroños y solo quiso bañarse en el cielo negro de la luna.
Apenas ocho meses y se casaron. Su economía es precaria pero según ellos pueden vivir de las mermeladas que ahora se llaman el Rocío de Triana…, cosas del amor. Pero para la Pacheca no solo servía el amor pues, ¿dónde estaba su fruto? La pareja se había enfrascado en sacar su empresa adelante y no tener que hacer las maletas y emigrar, y se habían olvidado de todo lo demás.
Sin embargo, en abril las plegarias de Pacheca ante la O dieron sus frutos; Rocío, por fin, preñada. Está siendo un embarazo tranquilo, sin sobresaltos tal como es la futura madre. En el pueblo cuentan los días para que nazca Manuelillo, y lo van a celebrar a lo grande pues esa criatura que va a llegar al mundo es un pedacito más para que el pueblo siga estando ahí y no desaparezca por inanición humana.
La Pacheca no cabe en sí de gozo pues Manué y Rocío ya están en Sevilla para que el fruto del madroño nazca en condiciones. Son las doce menos cinco de un 24 de diciembre, la Pacheca y su familia se encaminan a la O para la misa del Gallo y un retortijón sin importancia alerta a Rocío que, según entra en la iglesia la chiquilla se pone de parto; no hay tiempo para ningún traslado. Serafín, el médico del ambulatorio que estaba con su familia para la misa, atiende el precipitado parto y la iglesia se hace eco de llantos recién nacidos.
Allá va la ambulancia por la calle Castilla igual que un cascabel en Natividad, han nacido María de la O y Manuel… La estirpe de la Pacheca se consolida y nunca les faltará un madroño donde cobijarse.
¡Bonito domingo mis trianeros!
MªÁngeles Cantalapiedra, escritora