EL MORAPIO EN LA MEMORIA

juerga en el Morapio
La Bella, la dueña del Morapio, y Joseliqui

¡Qué fue de aquel empedrado, qué fue de aquellos cristales, y qué de aquella techumbre con sus arbóreos puntales! Si fue morada de dioses, en los antiguos anales, se asentaba aquí, en Triana, la casa de los cabales, en Pelay Correa, primito, con los puntos cardinales nítidos en las memorias de sus incondicionales. Esta morada trianera Olimpo de los mortales, fue socorro y quitapenas, cuna de las soleares, patrimonio del olvido de las cosas terrenales, y compromiso perdido del tiempo y sus arenales.

Si Baco hubiera sabido lo que tú, Triana vales, en la miel de tus esquinas, la sombra de tus  portales, las letrillas de tus fraguas, el carácter de tus calles,  tus rincones de esperanza y el sabor de tus corrales, otra cosa hubieran sido sus fiestas y bacanales. Si ese dios no te habitó, tampoco curó sus males, pues quiso darle al Olimpo sus pecados capitales; si te hubiera conocido, paradigma de arrabales, hubiera dejado en Grecia lujos y solemnidades y hubiera puesto al Morapio sus laureles patriarcales.

El dueño, Juan Montilla, es el hombre mayor que esta apoyado sobre la barra

Cuánto dieran por volver por sentarse en los lugares donde cantaba  Mairena, Juan Talega y Chocolate, a la luna de Triana de otro amor y otros desplantes y tú, Melchor repicabas tu seguiriya gigante, en el mimo de tus dedos cuando no miraba nadie a la sombra de sus tejas con resonancias astrales el eco de aquel vibrato  que de tu bordón dejaste sonando a rayo de luna y a susurros doctorales. ¡Y dónde las voces gitanas que clavaban sus puñales en las tapas  del sentío de quien quisiera escucharles!

Dónde los sueños de niños que en tus entrañas forjaste al más puro amor de barrio en días angelicales, que crecieron al compás del jazmín de tu arriate, al son de la siguiriya y del pan con chocolate. ¡Cuánta gloria, cuánto garbo, cuántas cosas, cuántas tardes, cuántos laureles marchitos, cuánto encanto, cuánto empaque! Se va la palma del barrio cuando pasa por delante con su jato sobre el hombro Mercedes con sus retales, camino a la Rinconada, a Tocina, o Los Rosales, combatiendo por los suyos, para que nada les falte.

Costaleros de la Esperanza de Triana

Cuantas madrugás de luna con la Esperanza en la calle, con la saeta gitana prendida en los azahares, la mecen sus costaleros, ¡Qué belleza, qué donaire! Cuántas latillas de vino al sudor de los jornales y a la humildad del oficio de herreros y calafates, areneros, pescadores, artistas de los tejares y marineros de espuma perdidos por esos mares, cuántas almas le rezaban: Esperanza, ¡Dios te salve!

El patio, el portón, el arriate y mi familia

Ya, solo pena y olvido, ya, tristeza y soledades que se rebelan al sueño de ver por sus ventanales otra vez sirviendo vino y reviviendo rituales a la gente que nos daba la gloria por seis reales. Aún recuerdo sus aromas, me acuerdo de sus postales, de sus cuadros, de sus tizas, sus estampas, su almanaque, y cuando Manuel ponía, luchando con sus andares, la copa de su cariño a su amigo pepe Ibáñez: ¡Llena otra vez, tabernero, que tú pintas todo el arte! Oír como tantas veces le aconsejaba a mi padre: “No hay que entrar en la botica si no es preciso, compare, véngase usted pa´l Morapio que es sitio de hombre cabales, y mejor que un “asperina” pruebe usted de su mollate.

 

 

Jose Luis Tirado Fernández