El sabor de un bautizo en Triana

Bautizo

El nombre de los trianeros pasa por la pila de Sant´ana. Muchos Joaquín y muchas Ana en general. Luego, muchas Esperanza y María de la O, Patrocinio y Remedio, Regina, Estrella, Pastora. En el flamenco, Pastora.  Y ellos, Antonio y Manolo, algún José y algún Juan, apellidos, motes, naturales, cosas de familia, compromisos, agradecimientos, recuerdos. En todas partes cuecen habas y en Triana no podía ser menos. Su diversidad, gente de tan diversa procedencia, herreros, mareantes, olleros y calafates… le daban hechuras de ciudad grande aunque sólo fuera puebla, así que en sus gentilicios sea tan variada como en tipos de cante. No existe una tierra con tantos estilos por metro cuadrado como Triana.

La imposición de esos nombres acarreaba también una ceremonia, o mejor dos, una religiosa y formal que se producía en las parroquias

Párroco de Sant´ana

con qué alegría

bautiza a los gitanos

por bulería,

sus bendiciones eran piropos

y el compás lo marcaba  con el «guisopo»,

con el «guisopo», con el «guisopo»,

el curita marcaba con el «guisopo»

y otra festiva y que era la que dejaba huella en la memoria. Solía citarse como referencia de un buen rato, a veces de varios días de diversión, que alternaban la asistencia al trabajo con la vuelta a la juerga.

LA NOCHE DE LOS LEBRILLOS

Aunque los asistentes empezaban a volver de la iglesia cuando no se había ido todavía la luz del día, por lo general, y ya en tiempos de instalación eléctrica en los  corrales, se tendía un cable y se colocaba una o varias bombillas en el sitio en el que se pensaba hacer la celebración, lo que dio paso, consecuentemente, a aprovechar dicho cable para colgar adornos y cadenetas y engalanar, de paso, el evento. Antes, en ausencia de tendido, se colocaban quinqués con la torcida sacada al máximo o se hacían candelas que solucionaban el problema de la iluminación. Como solían terminar de día, y como los vapores etílicos disipaban todas las preocupaciones, no había cuidado en apagar las brasas y se dejaban extinguir solas.

El lebrillo era un instrumento fundamental para las fiestas en los corrales; en ellos se enfriaba la cerveza, desmenuzando por encima de los envases la nieve en barras que se compraba en la infinidad de fábricas de hielo carbónico y bebidas gaseosas que  existían en esas fechas en Sevilla (1).

Estamos en un tiempo, claro está, en el que no se habían inventado aún los envases de plástico, y tanto los lebrillos como cualquier recipiente o contenedor serían necesariamente de barro cocido, porcelana o latón, siendo algunas de estas piezas de un valor en el mercado superior al que podía permitirse una familia de jornaleros; se podían adquirir también de segunda mano, desparejados, en el mercadillo del  jueves de la calle Feria o bien comprándolo a los gitanos que vendían a domicilio tanto estos artilugios como colchas, juegos de sábanas,  toallas, en fin todo lo que el ama de casa humilde y trabajadora se regalaba de vez en cuando. En referencia a mis abuelos, y sobre todo, a mi abuela materna, Mercedes, que hacía un “jato”, una colcha llena de bragas, combinaciones, camisetas, calcetines… qué sé yo, y que se iba a vender a La Rinconada, Brenes, Villaverde y a otros pueblos cercanos, para poder colaborar en la economía doméstica, que a veces debía soportar ella sola cuando a mi abuelo le daba por echarse una querida y no traía un a perra gorda a casa. Eso iba por temporadas, y sé más de lo que me han contado que de lo que he vivido.

Un juego de vasos de cristal era un lujo, una vajilla de Pickman o de cualquier otra marca, un regalo de bodas; no era raro encontrar dentro de un chinero de una familia de un corral varios tipos de platos, tazas, vasos, etc., que iban siendo recuerdo de antiguos juegos que habían ido mermando con el paso del tiempo y los descuidos.

En los lebrillos se hacían los picadillos, protagonistas indiscutibles de las fiestas en compañía de las aceitunas y alcaparras; teniendo como base el tomate -que también podía tomarse sólo, aliñado con ajo picado, sal y orégano-, acompañado de pimientos y cebollas, aceite sal y vinagre, para, cuando los tiempos corrían desahogados, cubrirlas con caballas o sardinas asadas, o atún de lata. Recuerdo también el consumo de sardinas arenques y la curiosa técnica de algunos mayores para desmenuzarlas y sacar los filetes enteros; a los niños nos los daban limpios.



Las bebidas solían consistir, no sólo en los bautizos, sino en cualquier fiesta o dentro de los establecimientos, en cerveza –la mayoría-, preferentemente la de la Cruz del Campo, cuyo nombre está asociado –por la proximidad de la fábrica al mismo- al templete del final de la calle Oriente, que es de tipo Pilsen, ligera y agradecida y que parece estar hecha, fabricada y adecuada al clima de esta tierra, donde otro tipo de cervezas, aunque de mayor calidad, cuerpo y sabor,  más cabezonas, ya que implican una mayor graduación y dejan, bebidas de la manera en que se bebe en fiestas, triste recuerdo al día siguiente, trocando en lamentos y quejas la alegría de lo que se celebra.

El vino era otra bebida fundamental en los bautizos. El vino tinto no se prodigaba en Sevilla, sino los blancos del Aljarafe y como cosa señalada los generosos, finos y manzanillas, que se tomaban por un motivo especial o cuando sobraba algún parné para hacerlo.

EL FLAMENCO, PRESENTE.

En los bautizos se celebraba no ya el recibimiento en el seno de la iglesia del niño, sino la salutación por su venida al mundo, y la primera fiesta en su honor. Los invitados al bautizo eran, y siempre según las posibilidades de los padres, la familia, en principio, y luego los más allegados, parientes próximos, amigos y vecinos, por este orden, aunque siempre se colaba un malange y estropeaba la armonía, o bien un vecino al que no se quería invitar pero que se agregaba por sí solo y al que por no dañar la buena marcha de la fiesta, no se le decía nada, procurando no ofrecerle nada, sino que el propio interfecto viniera a pedirlo, cosa frecuente, ya que si tenía la cara necesaria para colarse de rondón, también se le suponía que para todo lo demás.

Las niñas solían empezar la fiesta en lo relativo al arte dejándose caer con unas sevillanas que ellas mismas iban cantando y bailando, hasta que se calentaba el ambiente y se remataba por siguiriya, pasando por los tangos del Titi y otros cantes festeros. De las cosas más divertidas, las viejas haciendo chistes; de verdad se animaba la fiesta y eran el centro de toda la reunión.

Hágase este capítulo extensivo a otra fiestas y celebraciones, como bodas,  festividades de calendario como Nochebuena, velá, cruces de mayo, etc.,  y velatorios, aunque estos, irrecuperables por la manera en que se  reciben hoy los duelos, merecen capítulo aparte no en la historia del flamenco vivido, que es lo que pretende ser esta sección, sino en la historia de las  costumbres y ritos populares de la Triana que he conocido.

UNA FIESTA EN TRIANA

            Esta historia me la contó mi padre:

Fuimos invitados a un bautizo en la calle Diana, en un corral donde vivía un gitano, padre de la criatura y su familia, donde nos recibieron entre una gran algarabía; cuando llegamos ya había empezado la fiesta y nos ofrecieron de comer y de beber, lo que agradecimos. Al poco rato de estar allí, mi compadre El Herejía impuso su compás en aquella fiesta, cantando y bailando como él sólo lo hacía.

Cuando la fiesta había alcanzado el apogeo y las damas de noche laceraban con su perfume, aparecieron por el zaguán dos figuras inconfundibles: ángulos de tricornio y fusil que se arrimaron al frescor de un arriate y observaron en silencio. Al poco rato, preguntaron por un nombre, pero nadie les daba norte. Fue el padre del rorro el que, aproximándose a ellos, les dijo: -Yo soy.

Venían a detenerle por un asunto relacionado con la justicia, pero alguien les ofreció de beber y pasaron un rato disfrutando de la fiesta, hasta que uno de ellos dijo: -Bueno, pues nos vamos, que ya es hora. El gitano extendió ambas manos, ofreciéndolas para que le esposaran. El guardia civil lo miró fijamente. –No, tú te quedas, mañana venimos a por ti.

Ese es el arte y la grandeza de Triana, donde todo el mundo, gitanos, payos, paisanos y civiles, rebosaban arte.

JOSÉ EL HEREJIA Y SU MUJER, SALUD, PADRINOS EN EL BAUTIZO DE MI HERMANO CARLOS
JOSÉ EL HEREJIA Y SU MUJER, SALUD, PADRINOS EN EL BAUTIZO DE MI HERMANO CARLOS

(1) Recuerdo las fábricas de hielo de Sor Ángela, Nervión, junto al gol norte del Sánchez Pizjuán, la de Rodrigo de Triana y otras, que fueron absorbidas por el progreso, en lo concerniente a la refrigeración y a la conservación de los alimentos.

José Luis Tirado

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion