FERIA DE ABRIL AL ESTILO COLOMBIANO

Mí querido Triana… “Veni, vidi, vici” es una expresión en lengua latina que se traduce como ‘vine, vi, vencí’, y eso hice yo en mi viaje a Colombia: llevar mis novelas a la feria del libro de Bogotá y, ¿sabéis la primera que se agotó? Sevilla…Gymnopédies. Sí, sí, esa novela que cuenta cómo es mi Sevilla y mi Triana. Más feliz que una perdiz he vuelto con todas mis novelas agotadas, no te lo voy a negar. Es una tierra maravillosa y sus gentes, ni te cuento, y me da rabia que solo se la conozca por sus guerras interminables y sus cárteles de la droga.

Pero, además, mi querido Triana, te quiero contar, cómo viví el cuatro de mayo, el día del alumbrado del Real de la feria, a más de ocho mil kilómetros de distancia de España; ya sabes que me gustan más los chisporroteos que a un niño un caramelo y, aunque te rías de mí, ya sabes que doy de sí lo que doy…

Aquel día, a las once y media de la noche, hora española, cuatro y media de la tarde, hora colombiana, me fui de la feria del libro al hotel. Pedí que me subieran a la habitación un ceviche, plato típico a base de pescado, y una copa de vino. Encendí el Ipad, busqué Canal sur y me encontré a María del Monte calentando motores para la gran noche… ¡Ah! Se me olvidaba decirte, y no te rías, que me puse unos pendientes que en su día me compré en casa Lina para uno de mis vestidos de flamenca…, y me puse a volar hasta llegar al Real.

Recuerdo mi primera vez, la emoción me embargaba el alma, de verdad, aunque si te soy sincera, el sonrojo, la vergüenza y el temor a hacer el ridículo, navegaban en mi ánimo al unísono. Pero pudo más la exaltación y sobre mi cuerpo fue bajando hasta llegar a los pies el vestido; después llegó el recogido y, por último, los aderezos. Cuando me miré al espejo, me dieron ganas de llorar…, me veía tan no sé cómo que, hasta guapa y femenina, vi marcado mi trasero puntiagudo.

El vestido pesaba un quintal, apenas sabía caminar con naturalidad y, de mis zancadas habituales y apresuradas, me fui acostumbrando a pasos más chiquitos.

Mis ojos no daban abasto  a mirar y mirar, a absorber la esencia de aquella fiesta, ignorante de mí. El color entraba en mi piel como el agua en la tierra y la música, como el gorgojeo del gorrión cuando llega la primavera; no, no era una mujer pisando el Real, sino una niña ensimismada. Maravillosa sensación que nunca, nunca olvidaré.

¿Y qué pasó? Te preguntarás Triana mía… ¡Qué va a pasar! Pues que tu hija adoptiva hizo suya la alegría ajena y me lo pasé como los indios. Se me olvidaron las vergüenzas, me metí en el ambiente como si toda la vida lo hubiera estado haciendo y, lo que es peor, Triana mía: me puse a bailar como si supera lo que estaba haciendo… Tranquila, ni se notó, la caseta estaba atiborrada de gente haciendo bien sus pasos, con lo cual, los míos ni se notaron

Ya sé, ya sé que soy tu hija adoptiva díscola y alocada, pero no vas a pedir a un peral que dé rica miel, ¿no?

Un besazo, mi Triana, ya estoy aquí…

M Ángeles Cantalapiedra, escritora
©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla…Gymnopédies