
La vida sale en tu busca cada día que estás vivo, y te canta verdades, realidades que escuecen pero no por ignorarlas o no desear verlas, van a dejar de existir; siempre es bueno mirarlas de frente, te hacen más humano.
Recuerdo aquel viaje como toda una experiencia anímica… Como muchas veces, estábamos alojados en el hotel Zénit, en pleno corazón de Triana, y desperté con un dolor de cabeza tremendo. Fui en busca de una farmacia por San Jacinto hasta que encontré la de Gastalver López. Había dos mujeres delante de mí y esperé. Cuando fueron a atender a la segunda sentí como si se me cayera la venda de los ojos y me diera de bruces con una realidad llamada la soledad de un anciano.
La humanidad se mide muchas veces por metros cuadrados, es decir, cuánto más chico sea el espacio, más roce hay, más se vive la vida de otros y, en los barrios como Triana, eso se da mucho pues he asistido involuntariamente a muchas conversaciones estando en cualquier bar. La relación de vecindad se nota como percibí aquella mañana cuando escuché a la boticaria hablar a la anciana que se había sentado y exponía sus soledades, sus miedos, sus penas, sin tapujos mientras la otra asentía. No había recetas mágicas, simplemente el calor de una escucha activa, la palabra amable, una escusa para salir del encierro que a veces es una casa fría y muda. Yo estaba embelesada en aquella conversación hasta el punto que se me olvidó el dolor de cabeza comprendiendo que hoy en día el aislamiento, el abandono, van acompañados de tristeza y melancolía, y me pregunté de qué vale los avances si el corazón humano muere por el desamparo y la incomunicación, de qué…
Salí aturdida y agradecida y mis pasos tartamudos me guiaron a mi capilla, la más marinera y me senté delante de Ella y lloré. Sí, lloré, se me escaparon las emociones y sentí. Sentí con mis poros abiertos, con mí ser contradictorio, con mi yo menudo. Al fin, por fin, era sin querer ser. Era hija de la tierra, comprendía, era consciente que un anciano, más que nadie, es vulnerable. Necesita de gestos, pequeños desahogos del alma, actos sin palabras, sinfonía de amor sin verbos, obertura de amor sin promesas. Gestos, nimios retazos de corazón templado. Aquella anciana de la farmacia era lo más parecido a una verdad sin apariencias, apostada a la sombra de un revés para expresar un sentimiento. Podía bien ser mi madre, la de cualquiera. La mueca en sus labios desprovistos de un beso, la expresión en las manos, los ojos bebiendo lluvias.
Lloré, lloré de emociones múltiples mientras la mañana me tragaba, el silencio me asía a su cintura y mis ojos se llenaban de Esperanza; en mi garganta morían los últimos desencantos para recordar a mi madre y entender lo que muchas veces me dijo y yo no quise escuchar. Aquella mañana, fue una mañana suave, gloriosa, en las que presientes que estás donde quieres estar, sintiendo aquello que quieres sentir y tu corazón sosegado absorbiendo el alma de la gente que despierta a tu corazón dormido.
Recuerdo que cuando salí de la capilla, volví a pasar delante de la farmacia, allí seguían atendiendo a los vecinos entre sonrisas y palabras y se me antojó que era uno de esos días en los que mis ojos se desnudaron de falsas visiones y mi piel se despojó de fraudulentas ensoñaciones. Mis pupilas fueron los catalizadores de mis sensaciones encendiéndose como dos cirios para asombrarse de una realidad y recordar a una madre.
Una letanía de silencios, de palabras, engatusaban a mi entendimiento sediento de decir pero, también, de escuchar la melodía de una voz, la de mi madre. Arrebatada y serena, perpleja y entusiasta, bebí esa mañana en la que las barreras cayeron y la realidad se impuso gracias a una farmacia.
Una lluvia lúcida de palabras, lluvia amable, lluvia sincera y acompasada de ritmo y cariño abonaron el ánimo de la anciana aquella mañana… Mientras, un sentimiento ponía su propia voz.
Recuerdo que cuando volví de aquel viaje miré a mi madre y en ella vi a la anciana trianera. Mi actitud era otra, igual que la de la boticaria.
MªÁngeles Cantalapiedra, escritora
#Sevilla…Gymnopédies #Mujeres descosidas #Al otro lado del tiempo