De la calle Feria a Triana… sueños de Juan Belmonte

Belmonte
De la calle Feria a Triana… sueños de Juan Belmonte

Por: Carlos Valera

Tuve la suerte de conocer a D. Juan Belmonte, paraba en un bar de la calle de la sierpes de Sevilla, llamado  “LOS CORALES”, allí iba con mi abuelo, que era catedrático de danza del conservatorio de Sevilla. Sombrero, capa y puro en la boca, conversación minimalista y sentencias en sus aseveraciones, lo que se dice todo un personaje dentro y fuera de la plaza.

También conocí a su íntimo amigo biógrafo y notario de Sevilla, D. Luis Bollain Rozalen, con el que tomaba café en ese pasaje que iba desde la Calle Javier Lasso de la Vega a la Campana, él tenía su notaria en la primera planta y siempre me habla de anécdotas de su gran amigo Juan, uno se quedaba prendado del relato y de la categoría del mismo

Anécdotas del Maestro

La primera ocurre en 1909, en una tienta, y refleja la revolución belmontina que se aproxima: «Iban contentos y bromistas José y sus amigos montados en sendas jacas. Ríen y charlan. Pero José se queda de pronto serio. Sus ojos han percibido la inconfundible silueta de un torerillo…

– Anda, sube ahí.

Ahí es la grupa del caballo de un criado. Rápidamente se entabla un corto dialogo entre los que habían de ser colosos del toreo.

– ¿Cómo te llaman?

– Ju… Juan “Ber… Bermonte”

 Naturalmente nadie lo conoce. ¿Quién podría imaginar que cinco años después, en 1914, formarían los dos, la pareja que ha marcado la “edad de oro” del toreo?

 Durante el viaje de habla poco, Joselito es muy comedido y un tanto altivo. Ya en “Jatoblanco”, en la plaza de tienta, hay unas vaquillas. Joselito y Belmonte por primera vez mano a mano. Belmonte desgarbado, triste, embarullado, codillea excesivamente. Joselito, sobrado de facultades y recursos, torea con esa difícil facilidad que habría de caracterizarle luego.

En una vaca, Belmonte torea con la muleta. José le observa y le dice en tono protector:

–   Por ahí no, muchacho, que te va a coger.

 Belmonte no hace caso del aviso y, efectivamente, la vaca le revuelca. Intenta otra vez por el mismo lado, sin hacer caso, y… nuevo revolcón. Se levanta maltrecho, y, ya con rabia, con el mentón crecido, cita de nuevo, y la vaca pasa sin rozarle. Después… una serie de aquellos “belmontistas” muletazos que revolucionaron el toreo.

Al retirarse de la vaca, es cuando se dirige a José y le dice:

– Que me iba a coger, ya lo sabía yo, Pero el caso era torearla allí y así».»*

Juan  Belmonte nació en la sevillana calle Ancha de la Feria, donde su familia tenía una modesta tienda de quincalla. Pocos años después, el establecimiento de la calle Feria le correspondió a uno de sus tíos en la partición de la herencia de su abuelo y la familia se traslada al barrio de Triana, donde su padre abre una pequeña tienda en un hueco del mercado de Triana, un tenderete que tenían que montar todos los días al amanecer. Los jueves trasladaban el puesto al mercadillo del Jueves.

Asistió a la escuela primaria solo entre los cuatro y los ocho años. Quedó huérfano de madre muy pronto. De niño solía acompañar a su padre que acudía frecuentemente a los cafés de la calle Sierpes, como el café América y el Café Madrid a jugar al billar, mientras él curioseaba por los alrededores.

A los once años su padre deja de llevárselo a los cafés y él, con otros chicos de su edad, formó una pandilla que, entre otras correrías adolescentes, se dedicaba a torear clandestinamente, por las noches, en cercados y dehesas de las afueras de Sevilla.

El diestro trianero Antonio Montes Vico era el ídolo de la pandilla, uno de cuyos miembros era el luego conocido líder anarquista Ángel Pestaña. Amigo de su padre fue Calderón, banderillero de Antonio Montes, que le apadrinó en las tertulias y le allanó el camino para sus primeras actuaciones. También le enseñó a mejorar su técnica, ya que Belmonte fue completamente autodidacta. Posteriormente, Calderón sería miembro de su cuadrilla durante muchos años.

Vaya clase de torero,

Que en su muleta embarca,

Su hocico por el suelo

Como los cánones mandan.

Nada que ver con su figura,

Grande, pies planos, destartalao

Su muleta una locura

Nada de finura y mentón apretao

Mujeriego hasta las sombras,

De mocitas sonrientes,

Esas que cruzan el puente

Cuando van a dar las horas.

Adiós torero valiente…

En el altozano queda tu honra

Desde donde mira a Sevilla

Con albero de alfombra.

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion