LA FUERZA DE UN TE QUIERO

niño, familia

¡Buenos días mis trianeros! El otro día tuve el honor de que una mujer me reconociera en una terraza. Sacó del bolso una de mis novelas, Largas tardes de azul, para que se la firmara. El libro se abrió en una página en la que Gabriel, uno de los protagonistas, se preguntaba cómo sería una madre. Entonces me acordé de Dolores…

Dolores era hija de un carnicero con puesto en el mercado. En él trabajaba el padre y su hermano. Ella apenas iba, en aquel entonces las señoritas no trabajaban, solo bordaban y guardaban su virginidad para el hombre de su vida. Y Jesús llegó un día en que el azar y la suerte compaginan su hechizo, posando sus ojos azules en aquella chica tímida y dulce, tan ingenua como una margarita, que esperaba que sus sueños descamisados se hicieran realidad.

Y se casaron y ella fue de blanco con corona y cola, dándose un sí tan sincero, que la sonrisa de Dolores fue ese día un jardín de esperanzas por hacer en aquellos años sesenta en que España se abría a pesar de su dictadura.

Su futuro no era el que esperaba de pan y cebolla, sin embargo, Dolores y Jesús, entrelazadas sus manos, no cejaron en el intento de dar color y vida a la familia que formaron con cuatro churumbeles. Lo cierto es que sus cuerpos se doblaron entre fogones y cazuelas, en un ir y venir de trabajo sin descanso, entre la suerte escurridiza y la ilusión evaporada, pero siempre juntos, a las buenas y a las malas, a las duras y a las maduras.

Sus hijos no fueron lo que ellos esperaban de ingenieros y arquitectos, ni siquiera abogados donde la estrechez no tendría cabida. No, fueron lo que ellos quisieron entre bandazos y libertad, curtiéndose bajo la atenta mirada de unos padres que se apagaban.

Y un día Jesús se fue, se fue tan lejos que, desde entonces, Dolores no deja de mirar al cielo a ver si de ella se apiada, y la convierte en una estrella como a su amado.

Mientras eso sucede, Dolores ahí sigue como una roca dando amor a mansalva, entre duelos y dolores arropada por sus hijos. El otro día se acicaló de domingo, aunque era lunes. Con su bastón se dejó llevar y traer. En su mirada, la tristeza, y en su boca prendida la sonrisa de antaño; una media luna entre el sol y la noche. Iba de festejo con sus hijos, como aquel entonces, cuando cada lunes salía con Jesús a que la vida les aireara sin tener la presión en el cogote.

Hace muy poco, vi a Dolores colgada de una ventana. Agitaba su manita gritando un te quiero que ni la noche pudo borrar… Porque ella y solo ella me enseñó a decir “Te quiero”

…Mis trianeros, seguid disfrutando del verano, nos vemos la semana que viene.

M Ángeles Cantalapiedra, escritora
©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla…Gymnopédies