LA ÚLTIMA FRAGUA DE TRIANA

Fragua de la Cava 1955

 

                Escribía el arundense José Andrés Vázquez –ABC, 9/10/1946- sobre “El Pelao” y sus martinetes:

                A la puerta de una fragua de la Cava de los gitanos, en Triana, apareció al atardecer de un cálido día de agosto de un año del pasado siglo, el famoso “Pelao”. El “Bocafragua” y el “Sonao” daban ya de mano en la tarea de labrar sobre el yunque un encargo de alcayatas y argollas para cierta ferretería del Baratillo; y el “Soplao”, que había echado la última “carboná” de carbón de chispa sobre los alquivies en que remata el fuelle, disponíase a ir a entregar y traerse el producto del honrado y penoso trabajo.

                -¿Qué hay, “Pelao”? ¿Tienes ganas de cantar?

-Ganilla tengo y por eso vengo a oír el martillo y el macho, que templan el “sonío”.

                ¿Está quizá en el sentido de estas líneas el romanticismo subyacente en el cante? ¿Por qué no en  una carpintería, al compás del serrucho? ¿Por qué en algunos tablaos decoran el escenario con un yunque y no con un arado?

PRESENCIA DE FRAGUAS EN TRIANA

                Parece demostrado que los gitanos entraron en la península por el norte, atravesando, lógicamente, tierras galas. El gremio de herreros franceses se negó a que aquellos extranjeros ejercieran dicha profesión en su país, razón por la que, pasados al nuestro, establecieran infinidad de herrerías, siendo Triana por ser lugar de acogimiento secular de calés la que llegó a ostentar un importante número de estas industrias, en las que se fabricaban y vendían pequeñas piezas de manufactura, tales como las consabidas herraduras, clavos, alcayatas, garabatos, bisagras, pestillos, aldabas, etc.…

                También, como menciona Ángel Vela en su libro “Triana, la otra orilla del flamenco 1740-1931”, vendían su producción en mercadillos, como el del Baratillo o de manera ambulante, en mulas o borricos. Algunas pudieron crecer y dedicarse a la fabricación de cerramientos metálicos o rejas, otras desaparecieron ante el ímpetu de nuevas tecnologías que aportaban materiales inoxidables, como el aluminio o el acero, y la desaparición de la tracción animal para el transporte. No sé si sobrevive alguna en España, pero tal como eran o cómo se trabajaba en las fraguas de Triana, me parece difícil.

 

LA ÚLTIMA FRAGUA DE TRIANA

                Mi tía Mercedes recuerda una funcionando –años cuarenta y cincuenta- en la calle Ardilla, y otra en la Cava, en los pares, aunque también menciona que en el monte Pirolo vivían gitanos en casas construidas por ellos mismos, y en alguna que otra, se machacaba.

                En un blog denominado Foro cofrade, La Sevilla del ayer, encontré esta foto, de la que se asegura fue la última. Me ha parecido un documento extraordinario.

FRAGUA DE LA CAVA 1955
De alrededor del año 1955 es esta fotografía que nos muestra a un grupo de amigos o vecinos (o ambas cosas a la vez) posando bajo una viuda bombilla y tras un perolo con algún guiso y buen garrafón de vino en el interior de la que, acaso, fue la última FRAGUA que hubo en LA CAVA trianera (la “Pagés del Corro” oficial), sita en el patio de una casa de vecinos que se alzaba en el entonces número 120 de aquélla, no lejos de la calle Troya y que tenía entrada independiente por la Calle Farmacéutico Murillo Herrera, junto al almacén de las llamadas “Industrias Lekue” y un recordado bar de la época que recibía la denominación de “El Autobús”…. ¡¡Añejas fraguas!! Con sus yunques, mazos y martillos, espetones, tases, tenazas, corbillas, fuelles, etc. que cada vez pasan más al olvido de la historia a todo lo largo y ancho de nuestra geografía.…

Tanto  Gitanillo de Triana como Cagancho, toreros de Triana triunfadores en los albores del XX, procedían de familias de raigambre fragüera

Fernando Claramunt, en su libro República y toros, escribe:

                En la mañana del 1 de enero de 1931 pasean por las calles sevillanas del barrio de Triana los toreros Curro Puya y su pariente Joaquín Rodríguez Cagancho, después de una noche de villancicos flamencos. Los dos proceden de familias gitanas de herreros, arrullados por cantes de fragua y nanas por seguiriyas.

                El abuelo de Joaquín, con el mismo apodo, fue un cantaor de mucha clase. Los dos toreros andan despacio por la calle Pagés del Corro […] Hablan de los vestidos de torear encargados para la temporada que comienza. Cagancho gusta el nazareno, del oscuro tabaco y del negro y oro.

                – Joaquín, ya sabes que a ese terno le llaman el catafalco; trae mala suerte.
– No soy supersticioso, Curro. El nazareno me hace pensar en el Cristo del Gran Poder, le rezo mucho y me ayuda en los ruedos. El otro, que tú llamas catafalco, me da solemnidad; por algo me llaman El Faraón.

                – Mira, primo, a mí me consideran supersticioso por apodarme Gitanillo de Triana. Me traen suerte los colores claros. Voy a estrenar el gris perla y plata, que es muy seguro contra el mal fario.
-Yo no me fiaría, Curro. A ese color le llaman los revisteros Miércoles de Ceniza. Te puede ocurrir una esaborisión (*).

                – Deja en paz a los malos mengues. He toreado mucho con Vicente Barrera que es de Valencia y no cree en esas tonterías. Alterno con Marcial Lalanda, madrileño, al que le ha tocado ver la muerte de Granero y Varelito en el ruedo. ¡Y no creo que sea gafe! Torearé el 31 de mayo en Madrid con él y no siento la jindama. Por si acaso, ese día llevaré el vestido nuevo, ceniza y plata. Los toreros castellanos no creen en esas tonterías. Voy a dar la alternativa en Barcelona a Domingo Ortega, un muchacho de un pueblo de Toledo. Va a ser un fenómeno. Lo ha dicho Belmonte.

– Eso no puede ser, Curro. De Despeñaperros para arriba se trabaja. Ortega será como dice Belmonte, pero un trabajador. Tú y yo somos artistas. Se nos nota la sangre de reyes en la palma de la mano. Sólo se torea de Despeñaperros para abajo. Lo demás es trabajar.>>

Después del famoso relato de Fernando el de Triana, quien en su único libro se arroga haber sido el emisario del jerezano General Sanchez Mira para que “El Pelao” repitiese su cante, Vázquez continúa, en melodrama, pero en un maravilloso lenguaje:

<<De nuevo cantó Juan; pero para que el general no se saliese por completo con la suya, varió la letra:

Desgraciaíto aquel que come

el pan por manita ajena;

siempre mirando a la cara

si la ponen mala o güena.

                Lloraban los gitanos, removidas en sus almas tempestades de sentimientos recónditos, y el aire cálido estaba lleno de sollozos y misterios. Un airecillo suave agitaba el verde esmeralda de la parra y descubría los racimos de uvas maduras de corazón de gallo… En homenaje a las uvas estaban llenos los vasos. 

José Luis Tirado Fernández



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