La cuestión era que las mujeres cigarreras habían desbancado a sus compañeros porque hacían el mismo trabajo que los hombres pero se les pagaba menos ya que, según la mentalidad de la época…:
«era un principio general que en todas partes y en todas artes y manufacturas es mayor el jornal del hombre que el de la mujer porque ésta sólo tiene que atender ordinariamente a su propia manutención y aún muchas de ellas a sólo su vestido porque las mantienen sus padres, hermanos y parientes y los hombres tienen que mantenerse a sí mismos, a su mujer, a sus hijos y aun a sus madres, suegras o hermanas»
(Sin comentarios)
Esto, injusto o no, ocasionó no pocos problemas ya que, obviamente, los cigarreros se quedaron sin trabajo con lo que ello implicaba, además de lo mal visto que estaba por ciertos sectores de la época el trabajo femenino:
«El poner en las Fábricas de Sevilla mujeres para que labrasen los cigarros en lugar de los hombres será traer un trastorno a este establecimiento e incurrir en males que deben evitarse»
(Se refieren claramente a la promiscuidad. También sin comentarios)
El que ellas sustituyeran a varones en un trabajo que habían ellos venido realizando -aunque ellas trabajaran a destajo y por un jornal inferior- junto con la mentalidad de la época, y que llegaron a ser un grupo de presión social, fue el caldo de cultivo que abonó la fama de «dudosa reputación».
Sin embargo con las cigarreras, la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla alcanza la imagen que la haría mundialmente famosa.
Pero volvamos a su «dudosa reputación»
Veamos:
Las aspirantes para ser admitidas, además de tener entre 14 y 30 años y de poseer «robustez y disposición», necesitaban una «Certificación de su cura párroco que acredite ser de buena vida y costumbres». Así que, a priori,….
Pero es históricamente cierto, que las cigarreras trabajaban en unas naves enormes con pequeñas ventanas para que el aire no removiera el tabaco y donde podían caber hasta 2.000 personas.
En aquella época (recordemos que no había aire acondicionado ni ventiladores), en pleno verano sevillano, la ordenanza interna permitía que las cigarreras tuvieran licencia para «aligerarse de ropa» dentro de la sala en la que trabajaban, a la cual NO TENÍAN acceso los hombres.
En relación al sofocante calor un autor escribe:
«Aquel día, un día tórrido, como acabo de decirle, no empleaban la menor reserva en aprovechar la tolerancia que les autoriza a desnudarse a su comodidad, dada la insoportable atmósfera en que trabajaban de junio a septiembre. Tal reglamento es pura humanidad, pues la temperatura de las largas salas es sahariana, por lo que es sólo caridad conceder a las pobres mujeres la misma licencia que a los fogoneros de los paquebotes» (Pierre Louys)
Para entrar allí había que solicitar una autorización e ir acompañado del personal de la fábrica. En estos casos se avisaba a las cigarreras mediante un silbato para que se cubrieran porque «había visita».
«se oyó un golpe de campana y, repentinamente, las cigarreras se echaron sobre los hombros los mantones y arreglaron el desorden del tocado. Las más coquetas procuraban arreglarse los cabellos y ponerse una flor en la oreja. El intruso era contemplado con aire burlón; por su parte, él observaba que casi todas eran hermosas y, en el claroscuro de la sala-taller con arcos que evocan un ambiente conventual». (Jules Claretie)
Otro escribe:
«Entré y entré solo, lo que es un verdadero favor pues, como usted sabe, los visitantes son conducidos por un vigilante en ese harén inmenso de cuatro mil ochocientas mujeres tan libres allí de con qué taparse, como de lengua». (Pierre Louys)
De hecho, debían tener bastantes visitas ya que hay muchas referencias en la literatura realizadas por ilustres escritores que recogen todos los detalles de estas visitas a las salas de las cigarreras. Todos se hacen eco de que estaban ligeras de ropa, ¡oh, Dios mío! ¡Mujeres ligeras de ropa! Pero vamos, ¡que ellas estaban allí trabajando y eran ellos los que entraban a mirar! Sí, ya, a documentarse, ¡y a mirar! (y luego la mala fama a las cigarreras).
«Como el calor es insoportable, se aligeran todas lo más posible; por manera que entre aquellas 6.000 apenas habrá unas 50 de quienes el visitante no logre contemplar a su antojo el brazo, el escote o parte de las espaldas». (Edmondo de Amicis)
Pero como se ha dicho, parte de su «mala fama» se debió a que llegaron a ser un grupo de presión.
«Muy pocas de ellas son guapas(*) y, sin embargo, estas cigarreras cuentan entre las personas más conocidas de Sevilla y, forman clase aparte. Tienen fama de ser más impertinentes que castas; llevan una mantilla de tira especial, que está siempre cruzada sobre el rostro y el pecho, dejando sólo la parte superior, o sea sus facciones más pícaras, al descubierto». (Richard Ford)
(*)¡Vaya por Dios! A ver si nos ponemos de acuerdo. ¿Eran o no guapas?
«El espectáculo, no obstante, era de lo más variado: mujeres de todas las edades, niñas y viejas, jóvenes y menos jóvenes, obesas, gordas, delgadas o descarnadas. Algunas estaban encinta. Ciertas daban de mamar a sus niños. Otras no eran todavía núbiles.
Había de todo en aquella multitud desnuda, excepto vírgenes, probablemente (**). Incluso muchachas muy lindas». (Pierre Louys)
(**) ¿Excepto qué?. ¿Y usted cómo lo sabe?. ¿No será su mente calenturienta?
Este comentario en aquella época tenía una connotación muy fea, era francamente subido de tono. Quizás habría que decirle: No ofende quien quiere, sino quien puede. En la actualidad el comentario es sencillamente ridículo.
Respecto de la famosa mirada de las cigarreras, esa que volvía locos a los hombres…
Al salir de la Fábrica parece verse durante largo rato y por todas partes pupilas negras que os miran con mil expresiones de curiosidad, de enojo, de simpatía, de alegría, de tristeza y de sueño. (Edmondo de Amicis)
Es otro viajero, el alemán Vilhelm Löwinstein, quien nos da una pista y recuerda que:
«Había un polvillo flotante que le obligaba a estornudar; quizás fuera ésta una de las razones por la que aquellas cigarreras tenían los ojos grandes y brillantes… estaban enfermizamente dilatados por la materia que sus manos elaboraban»
Menos mal, no era ni maldad ni picaresca en la mirada.
Según los doctores Richaud y Morin, de Marsella, el tabaco y su manipulación produce una enfermedad especial en los ojos, «una especie de oftalmia», dicen, «que se caracteriza por la dilatación de la pupila y la congestión de los vasos del iris y de la retina».
Así tenemos esos ojos grandes, dilatados, brillantes, que hacen más negros el negro de la pupila y los convierte en el azabache de los poetas. Pero no era más que una enfermedad.
Continuará.
Articulo previo: Las cigarreras de Triana
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