Los aficionados al cante

Cante, El Arenero

Ángel Vela, en su libro “Triana y su Velá en tiempos modernos”, en el capítulo dedicado a 1972, precisamente el de la inauguración del monumento a Juan Belmonte en el Altozano, dice:

            “…Un gran especialista local, Rafael Belmonte, el hermano poeta del genio, manifiesta, respecto al concurso de cante de la Velá, que a Triana no se le da la categoría flamenca que tiene y que sólo a veces se presentan algunos de los buenos cantaores que hay en el barrio, pero la mayoría huyen de los escenarios por ser aficionados puros.”

            Este puede ser un buen comienzo para el capitulo que quiero dedicar a la infinidad de cantaores, pretéritos, actuales o por llegar  que han pasado o van a pasar por este mundo, sin haber dejado nada grabado, nada escrito, pero que sin embargo han sido creadores o –la mayor parte de ellos- recreadores de palos muy difíciles y complicados, que son recordados por sus maneras en reuniones de cabales o cuyas letras originales son citadas e incluso registradas a nombre de otro más espabilado y que ha sabido sacar el jugo a esto de vivir del flamenco. He ahí la cuestión principal. Vivir del flamenco. Los aficionados lo son porque tienen otro medio de subsistencia, otra profesión de la que viven y mantienen a sus familias, mientras que el cante lo tienen como devoción principal de su existencia.

            Pero si nos fijamos en el detalle, ¿qué quiere decir Rafael con el término “aficionados puros”? Pues que los aficionados lo son en reuniones de amigos, en la taberna, en las fiestas, lejos de las luces directas y los micrófonos que conllevan los escenarios y los teatros, y recintos comerciales. A un aficionado “puro” le cuesta mucho trabajo cantar en público, y cuando lo hace, movido por las circunstancias, un compromiso, una promesa, un avenate, se desconcentra y le cuesta perder el rumbo, nervios, desafinar incluso, salidas de compás y muchas ganas de que esto acabe y escapar de este centro de todas las miradas y todos los oídos.



            Hoy la afición se ha trasladado a las peñas, porque en la mayoría de los bares, luego de haberse perdido el cartel de “Se prohíbe el cante”, nos ruegan silencio cuando acometemos el más mínimo tercio.

            Valga desde estas líneas un homenaje sentido a Antonio “El Arenero”, y una anécdota que escuché sobre él, en relación al poco ánimo que los cantaores aficionados –me ha gustado lo de “puros”- demuestran a ser escuchados. Antonio González Garzón,  el cantaor aficionado por excelencia, más tarde y, animado por Emilio Jiménez Díaz, muy tenido en cuenta en festivales y certámenes, y que dejó escuela de su buen hacer en la solea alfarera del Zurraque. Cuentan que, cuando en una ocasión los componentes de una peña acudieron a su domicilio para solicitarle que cantara en un acto, fueron recibidos por su señora, que les preguntó: Ah, ¿pero mi marido canta?

 

José Luis Tirado

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