LUZ DE AGOSTO

Lejos del silbido de la ciudad que ahora mece sus vacíos con paseantes anónimos con total parsimonia entre calles, escaparates, terrazas y parques, yo me sueño en el campo que aún conservo en las retinas y en el olfato de un ayer que es hoy. La naturaleza por mucho que se le atice, hay sigue marcando estaciones.

Ahora tierra de amarillos, de girasoles y recogidas siembras…Es agosto, su luz me lo recuerda. De viñedos verdes y amplias extensiones donde pierdes la mirada y no acabas nunca. Caminos de última hora de la tarde donde se enreda el polvo en tus piernas y sientes la libertad infantil, esa sin pautas ni muros que corretea hasta la fuente de caño gordo a saciar tu sed.

Sí, mis ojos glotones llevan la luz de agosto hilvanada a la memoria. Melones, patatas y risas mientras mi cuerpecillo de niña sin hacer se revuelca en la era.

En el aire están enganchadas mis carcajadas, y mis ojos de mar ahumado en el oleaje del campo castellano y, cuando a sabiendas de un no materno, me escapaba a la menuda estación de un tren a ninguna parte. Allí me sentaba a soñar con príncipes y ratones hasta que el sabueso de mi perro venía a por mí usando su hocico zalamero con su beso principesco.

Aprendí a bailar en una verbena en brazos amorosos de un padre que fue, y aquella niña de corazón de potrillo que se relamía con manzanas de caramelo, vio en dos adolescentes el beso más romántico que una chiquilla de apenas doce años puede llegar a comprender.

Luz de agosto te sigo mirando con el candor de un recuerdo, mis sueños por hacer y un dulce beso que aprendí un agosto de hace mucho, mucho tiempo…

¡Feliz agosto, mis trianeros!

M Ángeles Cantalapiedra, escritora