
Cuando la sangre, impaciente,
piensa en horizontes nuevos
y sientes la primavera
rebosando en tus adentros,
como romance de azúcar
hecho caricia de besos.
Cuando tus ojos se hacen,
para otros ojos, espejos,
viendo que llueven estrellas
por las noches del deseo,
mientras te empapan el alma
salpicones de luceros.
Antes de yo conocerte,
ya me bebía los vientos,
por solo escuchar tu nombre
y adivinarte entre sueños,
como pellizco gitano
con seis letras de misterio.
Hasta que rocé tu orilla
con el calor de mi cuerpo
y supe lo que es temblar,
lo que es alcanzar el cielo,
lo que son penas de amores
y son martirios de celos.
Me enamoré de tus formas,
me enredé en tu pelo negro,
palpité con tu compás,
sentí el olor de tus pechos:
el de los barros cocidos,
el de las ascuas de hierro
y el de salitre de mares
por locuras de veleros.
Las sentencias de tu cante,
basadas sobre tres versos,
hicieron parar mis pulsos,
heridos por tus lamentos.
Pero conseguí llegar
a tu corazón moreno,
dejastes, por tu cintura,
cogerse mis sentimientos
y se enlazaron tus brazos
para colgarte a mi cuello.
Nos fundimos para siempre
en llamaradas de fuego,
uniendo las ilusiones
y compartiendo los rezos,
por dos nombres que me distes,
donde hacerme trianero.
José Manuel León Gómez.
Sevilla.