NUESTRA CUARESMA MÁS ÍNTIMA

Mi querida Triana…

¿No crees que las cuatro estaciones de la vida cada una tiene su aquel? A mí, personalmente me gustan todas, desde el sol apabullante aplastándote la sesera por “la caló” y la mar o el río refrescándote de placer. O ese otoño vistiéndote de hojarasca cobriza y tricolor, hasta los inviernos desabridos y de cielos cenizos. La primavera, ¡qué decir de ella!, la estación de la vida en flor, colorida y descarada y sus gentes tan henchidas de emoción y espectáculo.

Sin embargo, hay una época no puesta en los anales de los cuatro periodos oficiales que transita entre el final del invierno y los albores primaverales, entre la batida del naranjo y el despertar del azahar, que me sobrecoge íntimamente, repliega mis alas y me induce a la reflexión, a una espiritualidad necesaria y al recogimiento del alma… Os hablo de la cuaresma.

La conocí en tus brazos, Triana. En tierras de Castilla, fama tenemos de austeros y recluidos en nosotros mismos, pero nunca sentí más allá en esa época del ayuno y abstinencia. En cambio, cuando llegué a ti, tú me mostraste otros significados y sabores donde el alma repica contemplación y reflexión, donde la mesura de un pensamiento es manos de fe acercándote a un Cristo en su vía crucis más humano, en un manto de hebrea a la humildad de una madre. En las catorce estaciones dolorosas caminando y parando, rezando y en silencio, y una música de capilla te acompaña en tu deambular callejero.

Cuarenta días donde estampas sevillanas se clavan como garfios en tu piel y se quedan de por vida junto a ti. El olfato corre tras el aroma de un incienso, Tres Reyes, Esperanza de Triana, Cristo de Burgos, Santo Entierro, Silencio, Los gitanos, aromas de Triana…, te van envolviendo en una nube, y el oído se embauca en una marcha de trianerías cofrades y costaleros ensayando por cualquier rincón después de la bulla en la igualá. Tu tiempo se enzarza en quinarios, triduos y novenas hasta la Pascua más hermosa en la vida de un cristiano, y esa semana grande en cualquier trianero al ver a sus Cristos y Vírgenes por fin en las calles.

No, no te marches sin probar y dar deleite en el gusto. Ya llegan las espinacas con garbanzos, el pisto y la pavía de bacalao, el buñuelo y el menudo y la croqueta, yo lo llamo el mundo bacaladero y nada como en Sevilla para navegar en él. Y antes de cerrar tu acueducto sensorial, un dulce como la insigne torrija.

Un escalofrío, Triana, galopa por mi cuerpo al recordar días en tus brazos, aprendiendo vocablos en el alma para acercarme a mi Dios con el corazón pidiendo perdón por traspiés y egoísmos, por olvidos, por ayunos no ayunados, sin la compasión de una palabra al necesitado y el apoyo al enfermo. Sin el decoro de la humildad ausente solo la soberbia más altiva, y sin limpiar mis actos de cobardía.

Sí, mi Triana, aún en la lejanía de nuestros cuerpos, vivamos una cuaresma más cosidos nuestros corazones y caminando juntas hacia un Padre y una Madre.

¡Feliz semana, trianeros!

MªÁngeles Cantalapiedra, escritora

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