PATIO

Tiene el duende una comadre que vive aquí, en Pelay Correa; es dueña de un aposento cerquita de la plazuela, y de vez en cuando y sin querer, ambos compadres se encuentran;  casualmente, esta noche, tenían ganas de fiesta. Los dos, vestidos, él de aguja y de guardainfantes ella, escucharon el compás que retumbaba en un corral que estaba por allí cerca. Llegaron por el zaguán y a través de la cancela, miraron las contraluces y escucharon lo que suena cada vez que dice un flamenco: “s´a terciao”, cuando se oficia una juerga. Invitados a que entraran, se dirigieron donde plateaba la hoguera.

Sonaban palmas, guitarras, el patio se anegaba de belleza. Crepitaba en estallidos de tizones la candela, hendía vanos y rincones de sus húmedas pavesas y salpicaba el lugar de luces con diminutas esferas. Bailaba la gitana y brazo a brazo rescataba la neblina y apagaba las lucernas; con la noche de sus manos retorcía los luceros, y al recelo de su estela, hería de negros fruncidos los cuartos de la pelea.

Picaba entonces palillos, pulgar, corazón, palmeta… y sus dedos eran llaves que cerraban y que abrían postigos y contrapuertas. Sus pies eran meteoritos que caían sobre la tierra, allí se estaba dejando los tacones y las suelas, verdugos de lo concreto, enemigos de las piedras. ¿Quién te manda, mujer, quién gobierna los pliegues de tus enaguas y el tintín de tus pulseras? Que el baile ha de ser formal… ¡No señora, ni pensarlo! no venda la burra vieja, no busque a viejos legados culturas, leyes ni reglas, que el baile no es un vestío para ponerle etiquetas…

Ella siguió con lo suyo en su plantación de estrellas, su corazón no paraba de impulsar su sangre vieja, sobreponía al cansancio la plenitud de su fuerza y llevaba como faros sus clisos, siempre en estado de alerta. Bailaba, cierto, bailaba…  pero sin meterle prisa al tiempo; al momento disponía la gárgola de su inercia para acabar dividiendo las aguas de su marea, porque sabía, como saben las expertas, bailar sin rumbo preciso, pero siguiendo la estela, no se aislaba de los planos terrenales, ni traspasaba los límites de la loseta, pero era la espiritual alhaja del alma de quien la viera.

Cantaron viejos gitanos coplas y cantes sin fecha,   gargantas  como cañones soltaban llantos de queja, de los jóvenes, que ansiosos, esperaban otra rueda. Hasta los niños cantaban con las narices en vela, y seguían las mocitas la brújula de sus trenzas, hasta que llegó el final, como todas las cosas llegan, tendiendo su sombra fría, e imponiendo su sentencia.

Allí se quedó el rescoldo, las cenizas y sus huellas,  quedaron zapatos rotos y hasta camisas deshechas, Febo encendió sus fanales y se colocó a las riendas de la luz y los colores, dándole a Triana el gozo de otra mañanita fresca.

Así que los dos compadres, cuando llenaron la cesta de tantas cosas vividas, apuntaron la receta y se fueron, entre risas, cada uno por su senda, pero la gracia y el duende, que eran dos almas gemelas,  se juraron mutuamente volver de nuevo a la hebra.

El duende dijo a la gracia: ¡Comadre, que buen ratito,  vaya una noche completa! Condió, compare, hasta otra, y que sea pronto, contestó ella, ya sabe dónde está el arte, ¡y vuelva usted cuando quiera!

José Luis Tirado Fernández

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion