El zapatero de la calle Asturias

Juan, o Juanito como le llaman los que le conocen de siempre, es de Triana de toda la vida.

Nació en la calle Castilla en el corral de vecinos «el laurel»,  jugaba en chapina y se bañaba en el Guadalquivir, alguna de ellas por algún resbalón gracias a sus «andares majestuosos», como él mismo cuenta con humor.

A los 10 años -cosa impensable hoy- se inició en el oficio de zapatero bajo la tutela de un maestro zapatero de otro corral vecino. A los 15 años ya era maestro zapatero y trabajaba sólo en un zaguán de la calle Voluntad en casa de «los canela». Más tarde cambió la ubicación del negocio a la calle Asturias.

En el año 76 empezó a salir con Mari y desde entonces están juntos aunque no se pongan de acuerdo ni en dónde se conocieron. La verdad es que hacen una pareja estupenda.

Profesionalmente Juan ha tocado todas las facetas del calzado incluida la ortopedia, pero un día se dio cuenta de que lo que verdaderamente le gustaba era arreglar zapatos y en Triana. A partir de ese momento se dedicó exclusivamente a ello y hasta hoy, que le tenemos en la calle Asturias. Comenta que es que de Triana le gusta todo -como de las mujeres- y que Triana (y Sevilla) son para pasearlas.

Conserva aún herramientas de su maestro (algunas de las cuales pueden tener casi 200 años ya que también eran heredadas). No obstante, este oficio -como todos- se ha modernizado. Ya no están los zapateros en huecos de escaleras, zaguanes o  cuartuchos oscuros; ahora están en locales que, aunque pequeños, no son cutres. Y ya no son esos lugares sucios de antaño que no se limpiaban ni barrían, pues tenerlo sucio era síntoma de ser buen zapatero y tener abundante clientela (si lo barrías, era que te quedaba tiempo para ello por falta de clientes). Ahora son lugares habitables.

Ahora  también, los zapateros reparadores de calzado tienen la ayuda de su inconfundible máquina de limar y lustrar (y no sé qué más) y de la máquina de coser. Ambas alivian las cansadas manos de Juan, deformadas de haber cosido a mano durante años las suelas de los zapatos -pespunte a pespunte-. De hecho, me enseñó cómo se le habían deformado los dedos meñiques de ambas manos de tensar los cordones de las costuras. Y es que coser una suela de zapato llevaba 2,5 h de trabajo.

Juan lleva arreglando zapatos en Triana desde hace 51 años. Por sus manos ha pasado el calzado de tres generaciones. No se ha dado de baja ninguna vez en este tiempo hasta hace algunas semanas, pero ya se ha incorporado.

Juan o Juanito según para quién, siempre está ahí para atendernos haciéndonos la vida un poco más agradable porque, ¿quién no aprecia sus zapatos viejos, esos que no se quita un@ de cómodos que son? Pues ahí está Juan para reparárnoslos y dejar que disfrutemos de ellos más tiempo. Y ¿quién que tenga niños en edad de correr no acude a Juan para ver qué se puede hacer con los zapatos? Destrozados, por supuesto, de darle patadas al viento. Pues ahí está Juan para solucionarnos la papeleta y aprovechar el calzado: ¡Al menos que le dé la temporada! Juan el zapatero siempre está ahí. Y si el caso del zapato es muy desesperado nos lo dice, que no vale la pena arreglarlo, lo cual también se agradece.

Y es que quizás, el oficio de zapatero no será muy glamuroso, pero es indispensable.

Desde aquí quiero reconocer la labor de Juan (y Mari) que verdaderamente es un ejemplo de dedicación y entrega a su tarea, una labor constante y sin ostentación digno del reconocimiento al mérito en el trabajo.

Gracias por estar ahí.

Felicidades

 Juan y Mari con Mila, una clienta