¿Que los flamencos no comen?

          POTAJE

Una frase muy recurrente: dicen en los bares que los flamencos no comen, y yo no estoy de acuerdo.

Lo suyo es pedir la media botellita y el poquito de queso y jamón. Lo chungo es que el guitarrista llame al camarero y pida una cola zero y una porción de pizza… ahí se termina el flamenco. Hoy que nuestro arte se ha poblado de “flamenkitos” que no saben lo que son los frijones con hinojo, un potaje ni las sopas de tomate, es muy difícil alternar dentro de un buen ambiente y echar un buen ratito, la verdad.

Los flamencos no comen. Esta frase, asaz repetida en las barras -que es alrededor de la cual se reúnen los flamencos, ya que en ausencia de sonanta se hacen los cantes al aire, en hemicorro (buen palabro). En realidad los cantes se le hacen al camarero, y de eso puedo yo largar tela…, ha llegado a manifestarse como un precepto entre aquellos que cultivan este arte, que considero como uno de las más genuinas escuelas de cante. Nada más lejos de la verdad, el flamenco no come porque no tiene, o en la época de acuñación de la frase, lo normal era estar boquerón entre los flamencos; cada uno pedía una ronda que era la que le tocaba pagar, y unas aceitunitas, por cortesía de la casa. Cuando alguno había cobrado o le había tocado algo en los cupones, se estiraba un poco más y alargaba una mijita  la fiesta. Lo más cotidiano era dejar la roncha en la taberna hasta el día de cobro.

La mujer prepara el arroz viudo y le aparta a los niños, diciéndoles: “Y el laurel dejarlo para vuestro padre, que es el único que trabaja en esta casa”.

En el célebre kiosco “Los chorritos”, que últimamente encuentro cerrado, incluso en la última velá, había colgado un letrero con la siguiente leyenda:

Que los flamencos no comen

dijo un sabio de Chapina

po´ aquí  parecen leones

y se jartan de sardinas.

Lo mejor es un buen sitio con buena cocina, buena acústica y buena chacina. Y que abulte la orejilla de guarro.

Las bebidas hay que tomarlas frías. La manzanilla es la bebida fundamental  del flamenco. Si es pasada mejor, aunque es difícil encontrarla, y muy cara. El rebujito no sirve. El vino peleón, en épocas pasadas, por necesidad. Durante la posguerra apenas se bebía tinto en Sevilla; lo traslado por referencia de los viejos a los que he consultado. Vino blanco del Aljarafe, casi todos. También se solía ligar con gaseosa; creo que se llamaba un “caranabo”. La cerveza, hincha el buche y no deja apretar bien el diafragma, además los gases te traicionan al cantar; por arriba y por abajo. Cualquier refresco gasificado, lo mismo. En cuanto a los destilados, pueden ser útiles cuando llega el apogeo, preferiblemente sin combinarlos, solos y con hielo, mejor, con mucho hielo. La garganta se relaja (no es más que un músculo) y vuelve a su posición anterior con mayor facilidad.

Las comidas deben ser moderadas, pero no calientes. Lo mejor es la chacina y si es de Jabugo y de bellota, lo bordamos.

Caracol solía llevar bacalao seco en el bolsillo. Puede que le facilitara la salivación, muy importante en el cante, o puede que la sal escarificara, para ponerle la voz más flamenca. En mi opinión, de las más flamencas que han existido.

Para eso, incidiendo en la chacina de calidad, facilita la suavización de las cuerdas a través de la grasa. Al comer cualquier producto de bellota, se nos concentra en el paladar, nos provoca una dulce picazón en la zona de la  campanilla y después de tragar, nos incita al típico ¡ejem, ejem, ejem! que armoniza con el enjuague de la manzanilla. Esta picazón puede asemejarse al que deja el aceite de oliva y puede deberse a la acidez, tanto de la grasa como del aceite.

Salir de casa con el “café bebío”, volver a la hora del almuerzo, tras un ratito en la taberna. Nada más contraproducente, según la medicina endocrinológica para una correcta alimentación. Flamenco.

Niño, ¿te echo de comé? cuando mi mujer me lo dice, pienso que tiene un cacharro con mi nombre y me lo va a “echá” en un rinconcito, donde cuelgan  mi collar y mi correa. Pero para el flamenco es muy habitual este recibimiento que a manera de “buenas tardes” nos ofrecen nuestras esposas. Que si te echo de comé ya, o vas a esperar un rato. ¡Míralo, ya te has tomado una más de la cuenta! Que no, mujer… que es que no me apetece todavía. ¡Po mira tú que hoy tengo arroz y se te va a pasá! Po güeno, po mú bien…

José Luis Tirado

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