RELATOS DE VERANO…Historia de amor para un verano

Triana, Velá, Julio,

Juan es tímido e introvertido, pero no abandona su sonrisa, va en su ADN. Toca el saxo y la guitarra. Le gusta el tango por eso va a clases de baile y sus movimientos expresa todo lo que arde por dentro. Acaba de cumplir los cincuenta y sigue viviendo en casa de sus padres, aunque ellos ya no estén. Vive en un pueblo de montaña de no más de ochocientos habitantes, se baña en el río a partir de primavera; el agua del deshielo dice que es milagrosa. De profesión, cartero.

Elisa, cincuenta y seis años, es inteligente, decidida, tierna y romántica; coge al vuelo hasta el aire que otros desechan. Su actitud se debe a su larga enfermedad por una septicemia de estafilococo que la produjo un fallo multiorgánico quedando varios meses en coma hasta que una mañana de junio despertó; desde entonces su cumpleaños lo celebra en verano, el veinticinco de junio. Le gusta leer y soñar que viaja, aunque nunca haya ido más allá de Luarca. Era divorciada desde hacía tres años…

Y la historia arranca en un mes de julio cuando ella ventilaba la casa mientras limpiaba. Por una de las ventanas oyó una voz enérgica que decía “Cartero” y ella se asomó. Abajo había un hombre mirando hacia arriba preguntándola si ella era Elisa Martínez. Ella dijo que sí, él entonces dijo que traía una carta certificada para ella. Bajó y abrió la puerta. Una tez morena enmarca una tímida sonrisa y unos ojos ambarinos que se achinaban al compás de la sonrisa. Elisa se enamoró instantáneamente de aquel extraño que rodaba en bicicleta por los pueblos de alrededor para llevar cartas, mensajes que ya no estaban de moda. La entrego la sentencia de divorcio, firmó y él desapareció.

Llegó el invierno y seguía pensando en él hasta que de tanta novela romántica que leía se le ocurrió enviarse así misma una carta; en su interior ponía un mensaje “Intento conseguirte” y él apareció y corroboró su enamoramiento con lo cual después de aquella carta llegaron nueve más con mensajes “Sigo insistiendo”, “Me cuesta”, “Lo conseguiré” … Así hasta que llegaron las fiestas del pueblo en aquel agosto caluroso. Anunciaron como uno de los platos fuertes, un grupo de bailarines de tango y ahí estaba Juan y ella embobada mirándole desde una esquina de la plaza. Cuando terminaron de bailar, un grupo de paisanos se acercaron a felicitar al osado cartero y bailarín. Elisa se acercó al grupo y él la vio y sus miradas se cruzaron y la gente desapareció y allí quedaron frente a frente sin saber qué decirse hasta que ella, en un impulso, le dio un beso en los labios y luego salió corriendo. ¨

Él no volvió a aparecer. Llegó el otoño, luego el invierno y más tarde la primavera. Había un cartero nuevo que en octubre la comenzó a llevar cartas. Eran misivas de amor, según ella, poemas para cualquier mortal; uno de los que más le gustaba decía “Hay momentos en los que la oscuridad del crepúsculo me aproxima a tu imagen de forma tan precisa que podría llegar a rozarte” … No estaban firmados, pero ella se decía así misma que entre líneas leía un amor entregado. Olvidó al cartero y se enamoró del poeta.

Llegó el verano y con él las fiestas del pueblo. En la verbena apareció el cartero y la invitó a bailar y cuando estaba en sus brazos la recitó un poema:

“Hay momentos en los que la oscuridad del crepúsculo me aproxima a tu imagen de forma tan precisa que podría llegar a rozarte…”

Desde entonces, él ha vuelto a ser su cartero. Se han casado este verano.

¡Feliz domingo mis trianeros!

M Ángeles Cantalapiedra, escritora

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