RELATOS DE VERANO… La distancia

Hay amistades que nacen en una malla invisible sin contacto corporal. El tiempo va tejiendo vivencias con palabras, anécdotas, desencuentros y conversaciones supeditadas a una red social donde te encuentras cada día. Podemos estar a kilómetros de distancia y no los sentimos y, un buen día, nos encontramos cuerpo a cuerpo…

La distancia no existe, me dije mientras miraba su rostro tostado de olas y sus ojos eran un mar abierto. El tiempo no existía mientras masticábamos palabras navegando por los callejones de nuestras memorias. Nuestras vidas se asomaban cada día por aquella ventana del ordenador para asemejar nuestras inquietudes, aciertos y devaneos. Comparábamos una existencia y otra y se parecían tanto que al cabo se confundieron en una sola.

El reloj, por fin, se paró, era nuestro momento, el instante de conocer nuestras personas con ojos, no solo con palabras.

Música de mil palabras sonaba mientras nos mirábamos de un océano a otro entrando suavemente, armónicamente, para comprender los kilómetros andados en ausencia de nuestros cuerpos. Se mascaba una larga travesía de silencios ahora expuestos sobre una mesa adornada con dos copas cada vez más vacías y vueltas a rellenar; era mucho lo que contar, aunque la tarde fuera larga, y el crepúsculo, cayendo sin hacer ruido para no distraer la comunión de una amistad que nació tan lejos como cerca está hoy meciéndose en complicidad y entendimiento.

Una grata atmósfera nos envolvía y los cirios titubeantes de los faros de unos coches iban iluminando nuestras sonrisas, las caras de desconcierto, el asombro, la pena y la compresión. Anécdotas, vivencias, fracasos, discusiones, sueños, todos arropados de vocablos tan expresivos como vividos. Cinco sentidos y tal vez alguno más sin nombre y apellido, salieron a aquel escenario tan íntimo creado por la lealtad, el cariño y hermandad. Allí no cabían estolideces, ni siquiera ciscar o vituperar una crónica; la nuestra.

Y cayó la noche como un manto nocturno en una ciudad que no duerme, que desconoce la afonía y el alboroto es un constante murmullo en las horas en que la urbe mece su cansancio.

Y así fuimos paseando hasta nuestros puertos para fundirnos en un abrazo que era algo más que estrechar un cuerpo a cuerpo, sino pasar el calor de la distancia que no es.

Me dejó en una parada de autobús cualquiera mientras mi mente musitaba que la distancia no existe y que, a veces, las redes sociales te regalan seres mágicos, sensaciones únicas.

…Conocí a Arturo, una tarde de verano en Madrid. Él es de Zamora y nuestros encuentros hasta ahora se han multiplicado. Una vez al mes quedamos, estamos muy bien juntos, pero de ahí no pasamos. Él es viudo y yo estoy casada.

M Ángeles Cantalapiedra, escritora

©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla…Gymnopédies ©Un lugar al que llegar