RELATOS DE VERANO… Veinticinco euros

Mayte no hace más que mirar el reloj; aún falta hora y media. No ve el momento de salir por esa puerta que tiene frente a su mesa de trabajo y, ¡vacaciones!, se grita a sí misma interiormente. Dos largas semanas con sus días y sus noches olvidándose del despertador, las prisas, las quejas, las sonrisas forzadas, la paciencia… Bueno, esta última quiera o no ha de seguir con ella, no la queda otra, su madre es demasiado cansina y si, no pensara dos veces antes de contestar, ya la hubiera mandado a tomar viento fresco, pero es su madre.

Mientras los minutos pasan, se pregunta, “¿Cuántos veranos sin ir a la playa?”, y se la enturbia la mirada y desdeña contestarse, pero llega otra pregunta, “¿Cuánto llevas sin ir a algún lugar?”, se la agria el gesto, esa compostura que tiene en su rostro, siempre amable, sonriente y ese mirar de esperar con ilusión a que pase algo. Nunca pasa, pero la esperanza no la pierde porque si la extraviara, ¿qué sería de ella? Una amargada.

En esto suena el móvil; un wasap nuevo. Lo lee y contesta pronto “Sí” Es su amiga Isabel, otra que baila a la vida como puede. Las dos hacen un tándem perfecto: sin dinero, sin posibilidades de nada y apechugando como pueden a sus presentes y a sus futuros, tan inhóspitos como el ahora.

Es la hora. Mayte vuela, camina como si flotara, la palabra vacaciones es demasiado sugerente. Lo primero que hace es ir al cajero a ver su saldo que es tan triste que saca la lengua a la pantalla. Da igual, lo tiene calculado. El billete de ida y vuelta son dieciocho euros y un bocadillo de rabas y caña, cinco euros, total, veintitrés euros más dos por si hay imprevistos, veinticinco.

Según camina a casa va escribiendo un wasap al chat familiar “Pasado mañana me voy a Santander a pasar el día. Mamá es vuestra, no solo mía” y da a enviar. Ya está bien, porque sea la soltera de seis hermanos y viva con su madre, no es solo responsabilidad de ella. Los demás van y vienen y ella, jamás, “No es justo”, se dice para justificar y que su conciencia no la muerda demasiado. Respira hondo y sonríe “Me voy de vacaciones”, se grita. Un matrimonio pasa por su lado y mira extrañado que una chica vaya riéndose sola.

Cinco treinta de la mañana suena el despertador. Mayte se despierta, no sabe ni dónde está, pero cuando lo recuerda se pone a cantar. Se viste a toda prisa, va a dar un beso a su madre, coge la mochila y sale zumbando. Llega con el tiempo justo, e Isabel ya ha sacado los billetes.

  • Va a hacer un día extraordinario-salta Isabel entusiasmada.
  • Síiiiii, Isa, son nuestras vacaciones- y las dos se ponen a hablar a la vez. No se escuchan, pero se entienden.

El autobús arranca, ellas aplauden y siguen hablando. A la media hora se oye por la megafonía del autocar “Próxima parada Panorama”. Las dos se miran extrañadas, se asoman por la ventana, no entienden nada.

  • Isabel, ¿qué billetes has sacado? Es la urbanización de mi prima, la dirección contraria a Santander.
  • Ay, yo qué sé. Con los nervios… Ya me parecía barato, pero pensé que también un golpe de suerte podíamos tener con una oferta, ¿no? -Isabel mira desconsolada a Mayte.

El autobús para y ellas se bajan.

  • Y ahora, ¿qué hacemos? -pregunta Isabel sin hallar consuelo posible. Mayte se encoge de hombros.
  • ¡Ya está! Bañarnos en la piscina de mi prima y que nos dé de comer. Ya verás qué ilusión la hace y otro día nos vamos a Santander. Unas vacaciones redondas, Isa, no lo dudes ni un segundo…- y se ponen a caminar con el mismo ímpetu como si estuvieran alcanzando ya el mar.

Mañana Mayte comienza a trabajar. Dos semanas en un suspiro y ya se han terminado. Está tumbada en la cama, mira sonriendo a la luna y a Marte. Suena el móvil.

  • ¡Hola, guapa! ¿Qué haces?
  • Coser, ¿qué voy a hacer? Me ha entrado un pedido de última hora y ya sabes, no puedo desperdiciar nada… Ay, Mayte, qué vacaciones más buenas hemos pasado. Nos hemos bañado dos días.
  • Síiii, mi prima es un encanto. No habremos visto el mar, pero hemos pasado dos días geniales en su casa. Por cierto, con los veinticinco euros, me he ido de rebajas.
  • Yo he comprado un bote de pintura para los radiadores.
  • ¡Qué apañadas somos! – y las dos se echan a reír.

M Ángeles Cantalapiedra, escritora

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