RELATOS DE VERANO…Dolores

Dolores era hija de un carnicero con puesto en el mercado. En él trabajaba el padre y su hermano. Ella apenas iba, en aquel entonces las señoritas no trabajaban, solo bordaban y guardaban su virginidad para el hombre de su vida. Y Jesús llegó un día en que el azar y la suerte compaginan su hechizo posando sus ojos azules en aquella chica tímida y dulce, tan ingenua como una margarita, que esperaba que sus sueños descamisados se hicieran realidad.

Y se casaron y ella fue de blanco con corona y cola y se dieron un sí tan sincero que la sonrisa de Dolores fue ese día un jardín de esperanzas por hacer en aquellos años sesenta en que España se abría a pesar de su dictadura.

Su futuro no era el que esperaba de pan y cebolla, sin embargo, Dolores y Jesús, entrelazadas sus manos, no cejaron en el intento de dar color y vida a la familia que formaron con cuatro churumbeles. Lo cierto es que sus cuerpos se doblaron entre fogones y cazuelas, en un ir y venir de trabajo sin descanso, entre la suerte escurridiza y la ilusión evaporada, pero siempre juntos, a las buenas y a las malas, a las duras y a las maduras.

Sus hijos no fueron lo que ellos esperaban de ingenieros y arquitectos, ni siquiera abogados donde la estrechez no tendría cabida. No, fueron lo que ellos quisieron entre bandazos y libertad curtiéndose bajo la atenta mirada de unos padres que se apagaban.

Y un día Jesús se fue, se fue tan lejos que desde entonces Dolores no deja de mirar al cielo a ver si de ella se apiada y la convierte en una estrella como a su amado.

Mientras eso sucede, Dolores ahí sigue como una roca dando amor a mansalva, entre duelos y dolores arropada por sus hijos. El otro día se acicaló de domingo, aunque era lunes. Con su bastón se dejó llevar y traer. En su mirada, la tristeza y en su boca prendida la sonrisa de antaño; una media luna entre el sol y la noche. Iba de festejo con sus churumbeles como aquel entonces cuando cada lunes salía con Jesús a que la vida les aireara sin tener la presión en el cogote.

El otro día vi a Dolores colgada de una ventana. Agitaba su manita gritando un te quiero que ni la noche pudo borrar… Porque ella y solo ella me enseñó a decir “Te quiero”

M Ángeles Cantalapiedra, escritora

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