RETRATO DE UNA MUJER, PILAR

Hay muchas cosas que a una mujer la pueden quitar, robar, incluso pisotear la dignidad y la autoestima, pero nunca su mundo interior. Las sensaciones que van y vienen por su cosmos íntimo y personal, esas no.

Pilar hace no mucho que la desgraciaron de por vida, pero ahora, cuando el silencio duerme los últimos tintineos del sueño de los justos, cuando aún puede palpar y sentir su soledad sin que nadie le ponga una mano encima, está viendo un amanecer riguroso entre las frambuesas y el azul desteñido. Hace frío, le da igual, con una manta se tapa su cuerpo amoratado. Pronto se despejará el nuevo día y, ¿qué hará? Lo de siempre…

Cuánto daría por regresar a tres años atrás. No es tanto tiempo, aunque a ella se le antoje la eternidad. Conoció a Paco en la fiesta de navidad de su empresa, una multinacional de embutidos. Pilar llevaba cinco años trabajando allí. Entró “por enchufe”, un amigo íntimo de su padre trabajaba en RRHH. Ella era una cría de apenas veinte años, la pequeña de seis hermanos que no quiso estudiar y como hija y hermana pequeña, estaba consentida por padres y sus cinco hermanos.

Desde el primer momento le gustó su trabajo, ganar su dinerito y encontrar sus grandes compañeros. Todos los años les daban el aguinaldo y una gran cena por navidad. No podían ir con parejas pues lo que trataba la empresa es que empleados, jefes y directiva, se conocieran mejor fuera del trabajo.

Y allí conoció a Paco, uno de los directivos que trabajaba en Alicante y había venido ocasionalmente a ver la fábrica de Burgos. Él, a sus treinta y dos años, llevaba a cuestas un magnífico expediente laboral. Fue un flechazo. Comenzaron a salir, a escribirse en la distancia Wasap, emails, a aprovechar los fines de semana y largos puentes y, al año y medio, se casaron. Las dos familias estaban muy satisfechas por estrechar lazos pues hacían una pareja extraordinaria.

Pilar pidió traslado a Alicante y los primeros meses trabajó sin problemas hasta que un buen día, al salir del trabajo, unos compañeros dijeron de ir a tomar una cerveza y ella se apuntó. No habían pasado ni veinte minutos cuando por el cristal Pilar vio a su marido y le hizo señas. Él entró alborotado, montándole un numerito delante de sus compañeros. Ella bajó la cabeza y no contestó para no dar más que hablar. Lo peor fue cuando llegó a casa y Paco le montó una escena de celos desequilibrados, sacando la situación de contexto y, por último, propinándole una torta. La primera.

Después de esa, llegaron más. Pilar no se lo explicaba, sus razonamientos no entraban en la cabeza de Paco que, incluso, iba a esperarla todos los días al trabajo. La llevaba a casa y él volvía a la fábrica hasta que, un día, ella no pudo más y decidió escapar, pero la puerta de la calle estaba cerrada y habían desaparecido las llaves. Cuando Paco volvió a casa, ella pidió explicaciones, aunque el miedo ya empezaba a hacer mella en su ánimo. Él no solo no le contestó, sino que añadió tres frases que no la han abandonado desde aquella noche “A partir de mañana ya no trabajas en la fábrica. Serás mi puta y la madre de mis hijos”

Sus padres y hermanos cada vez notaban más alicaída a Pilar, pero ella no abría la boca, no contaba nada de lo que pasaba, tenía miedo, mucho miedo, y disimulaba y contaba mentiras, tantas…

Se quedó por fin embarazada. Sus pesadillas no la dejaban dormir después de las noches de sexo con Paco.

No era el hombre cariñoso ni de ternura y delicadeza infinita que ella conoció. sino un animal que la montaba noche tras noche y, si ella no colaboraba, la paliza venía después. No fue al médico, ¿cómo iba a ir con un cuerpo repleto de señales? Dedujo su embarazo por sus pechos, por la ausencia de menstruación, por las náuseas, por su cintura… Pilar se lo contó y lejos de reaccionar como ella esperaba, le dio patadas y más cosas, “No estoy dispuesto a compartirte con nadie”

Pilar calló y se fue a la cama. Ahora tapa sus hombros con una manta, no tiene fuerzas ni para ponerse el pijama. Mira al horizonte de frambuesas y azul desteñido, y siente que es tan hermoso que desea fundirse en él. Mira hacia abajo. Es un tercero. Con suerte, se estrellará y será una frambuesa más en ese horizonte que despierta cada mañana.

PD. Sé que cuando el miedo se aprieta a tu ser, te inmoviliza. Es muy fácil dar consejos, pero si tienes un segundo de valentía marca tres números: 016

¡Ah! Te recuerdo que la violencia también pude ser verbal.

M Ángeles Cantalapiedra, escritora

©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla…Gymnopédies ©Un lugar al que llegar ©Oscuro deseo