SOLA ANTE EL PELIGRO, relato

Sofía se pregunta qué podría hacer con seis millones de euros o, mejor, cuánto le duraría esa cantidad, tal vez no tendría necesidad de volver a trabajar en su vida. Bien administrados, sería la bomba. Ya dicen que soñar es gratis piensa mientras ojea la revista que le ha pasado Begoña, la vecina del segundo C. Messi se ha gastado ese dinero en reformar su casa y Sofía clama por denunciar, no al futbolista, sino a la revista por poner esas noticias que tanto daño hacen en la actualidad cuando hay tantas familias que se están hundiendo, si no lo están ya, económicamente.

Se rasca la cabeza y se precipita al cajón donde guarda ordenadamente los papeles; saca la cartilla y sonríe porque se acuerda de su madre que la inculcó abrir una cartilla cuando empezó a trabajar. ¿Por qué? “En ese cuadernillo, Sofia, tendrás apuntado todos tus movimientos, sabrás en cada momento lo que tienes y lo que no”, y así hizo Sofía, guarda todas las cartillas que abrió en el BBVA en una caja desde que comenzó a trabajar; mira la actual y menea la cabeza, solo hay ciento cincuenta y siete euros.

Estudió dos módulos de FP, 1800 horas en total para ser secretaria, y sabe hasta chapurrear inglés muy dignamente. A sus treinta y dos años, si no le falla la memoria, ha tenidos diecisiete trabajos como secretaria, y experta en modificar su CV dependiendo la empresa a la que aspire entrar. Lo cierto es que todos han sido sustituciones y cuando se acababan, a la calle a seguir buscándose la vida. La fastidiaba, pero era alma libre y se adaptaba sin dificultad a las circunstancias de cada momento…, hasta que llegó Rubén hace tres años.

Estuvo saliendo con Adolfo un par de años, a los pocos meses comprobaron que estaban hechos el uno para el otro y se fueron a vivir juntos, pero el amor no solo se estropeó con la convivencia, sino, además, con el despiste de una noche de verano en la que volvieron pasados de copas y a Adolfo se le olvidó ponerse el condón; Sofía se quedó embarazada y Adolfo erre que erre que abortara, no era el momento ni estaban preparados.

Casi la convenció, todos los razonamientos que él la hacía eran de peso, sin embargo, veinticuatro horas antes de dar el paso, Sofía se echó para atrás.

Una pregunta la estuvo sobrevolando toda una noche en la cabeza, “¿Quién eres tú para negar la vida a alguien?”, se la hizo un nudo en el estómago y no pudo personarse en la clínica a la mañana siguiente. Resultado: una fortísima discusión en la que casi llegan Adolfo y Sofía a las manos desencadenó una ruptura abrupta, llena de reproches y mal rollo. Adolfo cogió sus pertenencias y se largó. Nunca supo más de él, incluso cuando dio a luz a Rubén, le llamó, él no la cogió el teléfono.

Se mudó de nuevo a casa de su madre, ella sola no podía pagar un piso, de paso, su madre podía quedarse con Rubén mientras ella iba a trabajar. Pero las circunstancias vienen acompañadas de otros imprevistos y la madre de Sofía, viuda, hace un año murió de cáncer.

Un tragó emocional para Sofía que siempre había estado muy unida a su madre que, para rematar su lío existencial, al poco de fallecer su madre, se quedó sin trabajo. No la costó encontrar otro, malo y precario, pero era trabajo al fin de cuentas. No podía aspirar más que a media jornada, las horas en que Rubén estaba en la guardería, pero era lo que había, y se podía dar con un canto en las narices, estaba sola en la vida con su hijo, pero la casa en la que vivía era suya, gastaba poco en luz y en gas, los gastos de comunidad eran mínimos, lo peor era la calefacción.

Su madre se empeñó en ponerla individual, eso bien, pues gastaban también poco, ambas eran muy calurosas, pero cuando nació Rubén la cosa cambió.

En enero, le salió un trabajo fantástico, relativamente cerca de casa, eso sí, de ocho horas y tuvo que pedir algunos días a Begoña, la viuda del segundo C si la hacía el favor de recoger al niño. La vecina no puso ningún reparo, estaba tan sola como Sofía, el calor familiar se le había negado desde que enviudó y, aunque ahora comenzaba a rehacer su vida como buenamente podía con un grupo de amigos, tampoco salía mucho, su economía no se lo permitía pues la pensión de viudedad era irrisoria, pero al igual que Sofía, se sabía administrar a base de renuncias, como casi todo el mundo.

Llegó marzo y la vida de color de rosa, se tornó menos rosa, pero seguía siendo sonrosada. Con el Covid la mandaron a casa a hacer teletrabajo y un cuadro de ansiedad comenzó a crecer entorno a su ánimo; estar sola al frente de un hogar monoparental, trabajar y atender a un niño de tres años al que se le ocurren las mayores trastadas fue tremendo, había noches que no pegaba ojo de la propia angustia y congoja. Begoña, la vecina, decía y con razón que era grupo de riesgo y tenía miedo, un miedo brutal así que se encerró a cal y canto y no quiso saber nada de nadie hasta que terminó el confinamiento, y con él llegó el despido de Sofía; su empresa se había ido al garete.

Ahora Sofía, tiene una ayuda mínima por Rubén y ha accedido al paro y un gran dilema o vive en una encrucijada, según se mire. La han llamado para hacer una sustitución por baja maternal, ¡albricias!, pero es un regalo envenenado. Rubén en dos semanas comienza el colegio, ¿qué pasa si le mandan a casa porque ha habido un brote de coronavirus en el cole?, ¿quién cuida a su hijo, mientras ella trabaja? Ni de broma puede pedir el favor a Begoña que sigue aterrorizada con el virus, entonces, ¿qué hace, coge el trabajo y comen su hijo y ella o, por el contrario, no trabaja y que sea lo que Dios quiera?

Sofía echa coraje a la vida, no la queda otra y se presenta en la empresa con su hijo y cuenta su problema, pide encarecidamente que la contraten para teletrabajar en su casa por sus especiales circunstancias. El hombre que la atiende de RRHH la mira sin abrir la boca y ella habla y habla contándole hasta que su novio la abandonó, ha perdido los oremus, y estalla en un llanto incontrolable y pide disculpas. El empleado la ofrece una caja de kleenex, sigue mudo mirándola con estupor. Una voz varonil por detrás de ella, la pregunta:

– En estos meses, ¿ha hecho teletrabajo? -Sofía se vuelve como un resorte, no ve claramente por las lágrimas quién le hace la pregunta, pero se pone de pie y responde:

– Sí, señor, por supuesto y con alto índice de satisfacción por parte de la empresa en la que estaba trabajando…, pero en junio tuvo que cerrar,

– Martínez, contrátela.

Sofía empuja la sillita de Rubén, solo la falta ir dando saltos. No tiene los seis millones de euros de Messi, es verdad, pero en ese momento se siente la mujer de mayor fortuna de la faz de la tierra.

PD “…Las familias monoparentales, de un adulto solo con hijos, suman 1,8 millones de hogares en España, el 10,1% del total de las familias. Cuatro de cada diez familias monoparentales, el 41,1% está en riesgo de pobreza. La mitad (52%) no puede afrontar imprevistos y el 68,8% llega con dificultades a final de mes”

¡Feliz domingo, mis trianeros!

Mª Ángeles Cantalapiedra, escritora

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