
«El Coco, niño gordito que siempre estaba al calor de su abuela en la calle Diana, ya había sido motejado por su padrino, su tío Manolo El Pioja, que tenía debilidad por él y que repetía «ay, mi coquiito…». Pero más de una vez le dijeron «po vaya un Coco ma guapo». Crecido en el compás de los calés, empieza a destacar en los cantes por fiesta que adoba con gracia y técnica.
No olvida que no fue un camino de rosa su vida de artista, ni de chiquillo porque alguna vez tuvo que soportar la guasa y las borracheras de los señoritos, ni de mayor cuando tenía que cumplir con su trabajo en el Puerto sin apenas haber dormido y habiendo tenido que beber por gaje del oficio.
En varias ocasiones tiraron de él para Madrid; tenía edad de jugarse el porvenir y, en una de ellas, se fue a saludar a Gitanillo de Triana para ver si podía trabajar en su sala de fiestas, y ocurrió que el torero empresario lo mandó a su socia, Pastora Imperio. El joven e ilusionado aspirante llegó a la casa y llamó… «¿Quién es?», preguntó Pastora. «El Coco», contestó inocente el trianero… «El Coco…? Pue te va abrí…» (hay que imaginar la contestación). Creía el cantaor que estaba aún en la Cava y la gran bailaora que se trataba de un golfo con ganas de guasa. Hubo quien dijo que en el cuplé por bulería había tres maestros: La Niña de los Peines, El Chaqueta y El Coco de Triana».
Ángel Vela Nieto
(Del segundo tomo de «Triana, la otra orilla del flamenco»).