UN CRISTMA ESPECIAL

Mi querida Triana, aquí estoy fiel a nuestra cita semanal. Se puede decir que estamos metidos de lleno en las fiestas de las más emblemáticas y alegóricas del año, aunque según avanza la vida o los años, se van descolgando ciertas tradiciones, perdiendo la esencia.

Existen símbolos que poseen más encanto que creencia, como la navidad.

No hay que rasgarse las vestiduras ante una verdad creciente y sí valorarla en su justa medida.

Caminamos perdiendo en cada curva del camino una capa de fe. Nacemos creyendo en todo, de ahí ser esponjas de vida absorbiendo cada instante, sin embargo, mientras los años se deslizan en el corazón vas olvidando, mutando a un ser más agnóstico de todo, aunque de nada en concreto.

Esta navidad, creo menos que de costumbre, no por falta de ganas, sino porque mi corazón tintinea en tristeza ante un panorama humano cada vez más deshumanizado.

Siempre me gustó la navidad. Un derroche de fantasía alegre inundaba mi ánimo de niña, luego de adolescente y más tarde de mujer. Para mí eran fechas en el calendario que me obligaban a dar en compensación por todo lo que había recibido a lo largo de los doces meses. Igual pensaba de los demás, todos estábamos obligados a dar un poquito de amor, aunque fuera por cortos instantes, lo importante era y es dar.

En mi hogar en estas fechas hay una serie de tradiciones como montar el Belén, encender la llama de la navidad con una vela, poner los Reyes Magos al final del pasillo y cada día uno de nosotros los mueve para irlos acercando al Niño Dios, escribir la carta mágica en la que se cumplirán todos nuestros deseos. Ir a algún concierto de villancicos que hay en muchas de las iglesias vallisoletanas, recorrer las calles para verlas iluminadas de magia, porque sigo pensando como un anuncio navideño de televisión, que la navidad es magia y esta la hacemos nosotros con nuestras manos, corazones, desprendimiento, alegría y generosidad.

Ayer abrí las cartas a Los Reyes Magos; llevaban varias semanas en el buzón real y yo era incapaz de abrir. Me era meloso dejarme arrastrar por la nostalgia de tiempos que no volverán, más que pensar en los otros. Me puse a leer dejándome llevar por la inocencia que yace aún en el corazón de mis hijos. Vi en aquellas líneas el fruto de años imprimiendo carácter para que dos hombres que son hoy jamás abandonaran al niño que una vez fueron. Sentí tanta gratitud, tanto amor, que me descubrí diciéndome “Bendita navidad”

Querer es poder, aunque las lágrimas te impidan ver con nitidez que la vida te llama y tú has de salir a su encuentro. Debemos, mi querida Triana poner lo mejor de nosotros mismos y felicitar la navidad a los que creen, a los que no creen, a los que odian estos días, a los que aman estas fechas y demos un respiro a esas sonrisas que tanto bien nos hacen en cualquier día del año.

En un día, Triana, me estaré fundiendo en tus brazos, estoy deseando verte, y que me contagies la belleza intrínseca que siempre regalas a todo aquel que te visita.

¡Ah! Y mis más cariñosas felicitaciones a todas las Inmaculadas trianeras.

M Ángeles Cantalapiedra, escritora
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