
Mi querida Triana, es diciembre, un mes maravilloso para abrir las compuertas de nuestros corazones y tratar de sensibilizarnos con miles de causas y motivos.
Y hoy quiero empezar con el retrato de esa humilde esencia que guarda Triana y tan magníficamente captada por Jesús Daza: el día a día de la sencillez de tus moradores, y esos ancianos que tanto necesitan de nosotros para no hacerse invisibles.
Como el mes de diciembre, en su último trasiego de su vida, nuestros mayores flaquean, se derriten sus últimas fuerzas, y se acrecienta en ellos la soledad. Regalémosles una caricia, una palabra, un gesto. Démosles un motivo para sentirse útiles como la mujer que muestra la foto, ayudando como puede a los suyos; todo, menos sentirse olvidados.
Triana, no hay más que mirarte para saberte generosa y solidaria. Te transformas en miles de caracteres: apasionada, marinera, rancia, costumbrista, torera, flamenca. Y en estos días que acontecen, te vistes de guirnaldas iluminadas, en esa niña chica que goza de festejos callejeros, en una zambomba navideña.
Enciendes tu alma para festejar el adviento porque ya presientes que el niño Dios va, de nuevo, a nacer entre todos nosotros. Porque tú, Triana, posees, no uno, sino muchísimos de corazones para dar y tomar.
Sin olvidar esa, tu alegría, que roza espontánea a todo aquel que quiere acercarse a ti. Diciembre, un mes hermoso para que muestres lo mejor de ti, tratando de compartirlo con todos; con el que conoces y el que no, lo importante es ayudar, auxiliar, y dar lo mucho o poco que se tenga, porque la riqueza, mi bella Triana, está en tu corazón noble y altruista.
La mañana es fría y el aire gélido en mi meseta castellana, mi querida Triana. El cielo es de un azul pendenciero y, bajo esa bóveda, el campo dormido, tierra yerma del color del trigo sin trigo y de paja en sus bordes. Salpimentada de pequeños olivos de tinte verde noche.
Mi Ave tiene ojos, tiene corazón y lo ve y lo siente, aunque siga volando con sus alas de acero. Los árboles se difuminan con la velocidad. Sus ramas encendidas de vacío son fiel recuerdo de la época en la que estamos mientras que el vuelo de mi rapaz corta a toda prisa el perfil de Puertollano. La falda de su montaña se preña de casitas blancas, tan diminutas como un suspiro. Un poco más, y aparecen pequeños bosques de coníferas y el cielo reflejado en sus charcos. Según avanzamos, la luz se va encendiendo, no es tan frágil, aunque su dulzura se emborracha sobre el paisaje.
Llegamos a Córdoba y los caminos se bifurcan. Uno para Málaga, otro para Sevilla. No hay tiempo, mi vuelo se alza de nuevo dejando atrás al gran califato, donde nacieron ilustres sabios como Séneca, Averroes y Maimónides. A pocos kilómetros, la claridad se reinventa y aún es más azul, repleta de volantes y bata de cola. El paisaje lleva prendidos casas blancas y albero en sus pendientes. Hileras de azahar esperando la primavera mientras la luz, por un instante, me ofrece un fino que mi paladar saborea con premura. Mi ánimo se prende de Esperanza porque intuye que Triana está muy cerca.
Ya llegamos; un enorme cartel me recibe “Bienvenidos a Sevilla” … y mi alma se fuga a los brazos de esta ciudad, patria chica de mi espíritu.
Sí, mi Triana, si Dios quiere y lo permite, este viaje que te acabo de narrar, en una semana, será real, y estaré entre tus brazos amorosos y podremos mirarnos a los ojos para compartir unos días de diciembre, este mes que se me antoja como uno de los más bellos del año.
M Ángeles Cantalapiedra, escritora
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