
Cumpliendo fiel su promesa, cada viernes por la tarde, olvidaba sus dolores para venir a rezarle; no le importaba la lluvia, ni oía consejos de nadie, apoyado en su bastón y derrochando coraje, su calle de la amargura era Castilla adelante, hasta llegar al Calvario que aquí llamamos Zurraque. No te calles, llamador, y suena sobre mis carnes el metal de tus latidos, que solo con escucharte, voy resucitando un tiempo lejano en el almanaque, pero fresco en la retina y almacenado en mi sangre; inspira con tu sonido a quienes van a empeñarse en asumir el relevo para seguir adelante, en la devoción de antaño, lo que veneramos antes, la generación futura que está presente en el aire. Con cariño, aún recuerdo lo que me enseñó mi padre: el que no quiere al Cachorro no puede querer a nadie. No te calles, llamador, y suena por todas partes, en las plazas y en los patios, en ambientes familiares, en rincones y tabernas, en mercados y arrabales, que suene tu voz de bronce en los barrios y en las calles, que vuelvan a mi memoria cariños devocionales de pasiones y de entrega, y de enseñanzas cabales.
Cachorro, tú, para siempre, bendita siempre tu madre, que bajó hasta el Patrocinio para poder alumbrarte, en esa Triana pura que aquí llamamos Zurraque.

José Luis Tirado Fernández