Y llegamos a la Iglesia de San Jacinto (II)

Templo San Jacinto_Triana

Antes de entrar en el atrio de San Jacinto es menester volverse y fijarse en el edificio del otro lado de la calle, donde estuviera el mencionado bar La Esquina y se sitúa ahora el popular Blanca Paloma, lugar de reunión de numerosos trianeros, y sobre él, el retablo cerámico de la Virgen de la Estrella, tercera hermandad que tuviera sede canónica en esta iglesia.

Este retablo de azulejos fue colocado con motivo de la Coronación Canónica de la querida dolorosa atribuida a Martínez Montañés, siendo bendecido en la madrugada del 1 de noviembre de 1999 al paso del palio en su procesión de regreso de la catedral. Bajo él esperaban los miembros de la hermandad del Rocío de Triana, donantes del retablo como ofrenda a la Virgen en el especial acontecimiento. Se dio el caso de que el hermano mayor rociero era entonces Agustín Artillo, director gerente de la empresa Mensaque, Rodríguez y Compañía en aquellos momentos, fábrica donde se realizó el retablo, claro, que fue pintado por el ceramista de la misma Antonio Hermosilla Caro.

Ahora sí, doblad la esquina más transitada de Triana y entrad en el jardín de la iglesia de San Jacinto.
Es el momento de fijarse en su fachada principal y en su gran portada, formada por un arco de medio punto que alberga una hornacina ahora vacía. Los más viejos del barrio recuerdan que una vez estuvo habitada por la desgastada imagen de una Virgen, imaginamos que la de la Candelaria. Sobre el arco, un frontón flanqueado por pináculos y sobre él, el óculo de la iglesia, que la ilumina cuando el sol baña su fachada por las mañanas. En todo lo alto la doble espadaña que se orienta al este y al sur.

Y estando en Triana no es de extrañar que en esta fachada figuren de nuevo dos grandes retablos cerámicos. Ocupando los pies de la nave de la Epístola, a vuestra derecha, veréis otro dedicado a la Virgen de la Estrella, uno de los más bellos pintado en la fábrica de Cerámica Santana en 1950 por el ceramista y también miembro de la hermandad Antonio Kiernam Flores, elaborando las Santas Justa y Rufina del ático, también titulares de la hermandad, su discípulo Facundo Peláez. El retablo había sido encargado por un grupo de hermanos afiliados a la Peña La Estrella, y fue costeado entre los vecinos y comerciantes del barrio.
Y a los pies de la nave del Evangelio el dedicado a la Virgen de Fátima, pintado también por Kiernam Flores un año después, esta vez por encargo de los frailes dominicos por la vinculación de la Virgen aparecida a los pastores con el rezo del Santo Rosario.
Justo a vuestra izquierda veréis el Colegio San Jacinto, de Educación Infantil y Primaria, ocupando el lugar donde estuvieran las primitivas dependencias conventuales.

Sabed que el convento de San Jacinto permaneció abierto ininterrumpidamente desde su fundación hasta los años de la invasión napoleónica, cuando los frailes fueron expulsados, sirviendo entonces sus dependencias para cuartel, cuadras y almacén de provisiones del ejército francés. Aunque la iglesia siguió abierta al culto regentada por un sacerdote de la parroquia de Santa Ana. Incluso sirvió como sede de la hermandad del Rocío del barrio que, como ya dijimos y aunque fundada en 1813 en la calle Castilla, se estableció canónicamente en San Jacinto en 1817.
Una vez pasada la guerra los dominicos pudieron recuperar la parte del convento que los milicianos trianeros no habían ocupado tras la marchas de los franceses, tropas españolas que quedarían aquí acuartelas hasta el año 1820, cuando fueron disueltas.
Los dominicos abandonarían de nuevo su casa en 1835 obligados por la exclaustración ordenada por el gobierno de Mendizábal y la desamortización posterior, quedando en esta ocasión clausurada la iglesia. El ayuntamiento aprovecharía esa circunstancia solicitando al estado la cesión del convento para abrir en él un colegio de párvulos, no consiguiéndose hasta julio de 1850.
Aunque lo que se le cedió a Sevilla fue un convento en ruinas, claro. El proyecto de reforma lo realizó el arquitecto municipal Balbino Marrón, comenzando a funcionar como Escuelas Municipales de San Jacinto a los dos años, tras las necesarias obras.
En el mismo año de 1835 se habían cobijado en la iglesia, a pesar de su cierre al culto, los titulares de la hermandad de la Estrella procedentes del convento de la Victoria donde había sido fundada en el siglo XVI, sede que se habían visto obligados a abandonar por la misma ley dictada por Mendizábal. En un altar quedaron las imágenes esperando mejores tiempos, que no llegarían hasta 1891, cuando se logró reorganizar la corporación y devolver al culto sus imágenes.
Cabe recordar que la Estrella se había fusionado en el siglo XVII con la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de las Penas, entidad que estuvo ubicada con anterioridad en la ermita de la Candelaria, como ya dijimos.
Pero todavía cobijaría esta iglesia una nueva corporación al venirse a ella, ya en 1873, la hermandad de la Esperanza de Triana, tras la incautación que había sufrido su capilla de la calle Pureza durante la revolución que dieron en llamar La Gloriosa. Tras la reapertura de San Jacinto en 1879, después de más de cuarenta años cerrada, la hermandad ocupó la capilla de la cabecera de la nave de la Epístola.
En esos momentos ya eran cuatro hermandades las que vivían bajo sus cúpulas, las Aguas, la del Rocío, la de la Estrella y la de la Esperanza.
En 1906 pudieron regresar los dominicos a San Jacinto, instalándose en unas viviendas construidas tras el templo, como ya vimos, recuperando la titularidad de la iglesia tres años después.
Pero sería en 1931 cuando el colegio de San Jacinto sufrió una gran reforma dirigida por el arquitecto municipal Antonio Arévalo Martínez, construyéndose los terrenos deportivos y la fachada regionalista que hoy podemos ver, incluido el rótulo cerámico con el nombre de Grupo Escolar San Jacinto.

En 1939 los frailes dominicos consiguieron constituirse de nuevo en convento con el nombre de Nuestra Señora de la Candelaria y San Jacinto, nombrándose primer prior de esta nueva etapa a fray Ángel Peinador.
Pero los sentimientos religiosos de los frailes no encajaban con la religiosidad popular que los cofrades desarrollaban en sus cultos y procesiones, así que las relaciones entre la orden dominica y las hermandades alojadas en su templo nunca fueron buenas. Por eso en la actualidad no queda ninguna corporación entre los muros de su iglesia.
La primera en abandonar San Jacinto sería la hermandad de las Aguas, como ya dijimos, en el año 1942. Después sería la de la Esperanza, la última en llegar, la que lograría volver a su capilla tras una costosa restauración, ya en 1962, cinco años antes de que la iglesia de San Jacinto fuera nombrada parroquia a cargo de la orden.
La tercera en salir sería la hermandad de la Estrella en 1976, cuando sus hermanos lograron poner a punto su capilla ubicada en la misma calle San Jacinto, unos pocos metros más abajo. Y por último, los rocieros, logrando construir una bella sede en la calle Evangelista cuando ya era 1982.

El escritor trianero Emilio Jiménez Díaz recordó este hecho en su blog Desde mi Torre Cobalto en enero de 2013:
A la sombra del gigantesco ficus, que plantase allá por 1913 unas manos frailunas, casi cuesta trabajo contemplar en su cabal dimensión la fisonomía y los perfiles del convento dominico de San Jacinto. Pero por sus jambas, ya no esperamos el milagro de la hermosa salida de las hermandades que albergaba. Los frailes no querían en sus lares el sentimiento cofradiero y fueron saliendo sus advocaciones para jamás volver. Y el pueblo, tan sabio, dejó una copla que aún hiere la estameña blanquinegra de los renegados:

Solos están los frailes
en San Jacinto.
El convento es el mismo,
pero distinto.
Ya están contentos,
porque ninguna Virgen
se queda dentro.

Si la veis abierta, entrad en la iglesia de San Jacinto. Os encontraréis con un gran templo de tres naves y crucero cubierto por una amplia cúpula decorada con pinturas murales levantada sobre pechinas, con un coro alto a los pies. No dejad de admirar el retablo mayor traído desde el desaparecido convento de la Victoria, presidido por San Jacinto de Cracovia, el santo dominico nacido en el siglo XII. Ni la Capilla Sacramental y la Virgen del Rosario que destaca en su altar.

(Continuará)

 

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