Y llegamos a la Iglesia de San Jacinto

Parroquia San Jacinto

Y recordando la vieja Hispano Aviación habremos llegado a la altura de la iglesia parroquial de San Jacinto y lo que queda del convento de la Orden de Predicadores del mismo nombre, institución fundada por Domingo de Guzmán en Toulouse durante la cruzada contra los cátaros ocurrida a principios del siglo XIII, en un intento de enseñarles la doctrina verdadera.

Los conocidos como frailes dominicos vivían en conventos urbanos ejerciendo una misión apostólica o de predicación a sus vecinos, algo nuevo en esa época ya que hasta entonces los monjes habitaban monasterios apartados de los que no solían salir. Su lema fue contemplari et contemplata aliis tradere, es decir, contemplar y dar a otros lo contemplado.

El contacto con la gente los hizo muy populares, llegando a tener entre sus filas importantes personajes como fueron Santo Tomás de Aquino o San Alberto Magno y su alta preparación teológica los llevó a ser elegidos por el papa para dirigir la Inquisición, siendo el primer inquisidor general el dominico Tomás de Torquemada.
En el siglo XV la orden de Predicadores experimentó una gran reforma, enfocando su potencial intelectual a la fundación de escuelas, abriéndose en Sevilla la llamada de Santo Tomás de Aquino en la Puerta de Jerez, ya en 1515, institución que se convirtió en la universidad de Sevilla en el año 1541.

Aunque su mayor labor evangelizadora la llevaron a cabo en América, destacando el dominico sevillano fray Bartolomé de las Casas, defensor acérrimo de los indios nombrado obispo de Chiapas por Carlos I, quien al parecer naciera en Triana.

En Sevilla existía desde el siglo XIII el convento dominico de San Pablo, fundado según se dice por el mismísimo rey San Fernando, y desde el siglo XVI el de Regina Angelorum, iniciado por las monjas dominicas pero que al poco tiempo pasó a la rama masculina de la misma orden. Aunque no sería hasta el año 1625 cuando se erigió otro convento en la ciudad, en las cercanías del Hospital de San Lázaro, auspiciado por un mecenas llamado Baltasar Brun.

Fue consagrado bajo el nombre de San Jacinto aunque su ubicación no fue muy acertada al estar muy alejado de la ciudad, en unos terrenos además insalubres, por lo que los frailes dominicos entablaron negociaciones con los miembros de una hermandad dedicada a la Virgen de la Candelaria que tenía su capilla en una ermita situada justo aquí, donde ahora estáis, en el cruce de la vieja cava o foso defensivo musulmán con el camino que salía de Triana hacia San Juan de Aznalfarache y Tomares, para poder instalarse en sus dependencias.

El historiador González de León recordó en su libro Noticias Históricas del origen de las Calles de Sevilla publicado en 1839 que:

En el sitio que ocupa hoy este convento (de San Jacinto) havia de muy antiguo un hospital con título de la Candelaria que fue reducido el año 1587, y sus rentas aplicadas al del amor de Dios. Empero quedó en él la hermandad promoviendo el culto de la capilla la cual fue algún tiempo ayuda de Parroquia.

En ella, además, tenía su sede la hermandad de Nuestro Padre Jesús de las Penas desde el año 1644. Y aquí se vinieron los frailes dominicos de San Jacinto en el año 1675, construyendo una nueva iglesia que, según se sabe, se hundió en el año 1730. Por lo que fue necesario construir el actual templo barroco, edificación proyectada por el arquitecto sevillano Matías José de Figueroa que la dio por acabada en 1775.

Durante esos años de obras, concretamente en 1750, se fundó en San Jacinto la cofradía penitencial del Cristo de las Aguas, hermandad que perdurará entre sus muros hasta que, ya en 1942, tras un incendio fortuito en su altar, se trasladarían al otro lado del río, terminando definitivamente asentada en su actual capilla del Arenal.

En la esquina con la calle Ruiseñor veréis las dependencias actuales de los frailes, viviendas marcadas con el número 74 que fueron construidas sobre la sacristía de la iglesia. Fijaos en el frontón que remata la edificación, donde aparece un bellísimo retablo cerámico de autor desconocido, realizado en la década de los años veinte en la fábrica de García Montalván. Representa a la Virgen del Rosario, advocación impulsada por los dominicos por todo el mundo, mientras entrega el Santo Rosario a Santo Domingo de Guzmán, el fundador de la orden como ya dijimos, y a Santa Catalina de Siena, la primera santa dominica. A los pies de la Virgen aparece una corona de rosas como recordatorio del origen del rezo del rosario, corona que se llevaba en la cabeza en las procesiones en honor a la Virgen y que servía de guía a la oración final, al recitarse un Ave María por cada rosa que la formaba, por lo que se podría considerar como el primer rosario.

A continuación veréis los muros del convento, pintados, como la casa, con un característico rojo almagra. A esta fachada se abren varios vanos de diferentes tamaños, sobre los que aparece una pequeña azotea donde arranca el tejado cuyos bordes están decorados con figuras geométricas en forma de rosetas.
En este lado se sitúa la portada de la Epístola, cegada al no coincidir en la actualidad el suelo de la iglesia con el nivel de la calle, que está formada por pilastras simples que soportan un entablamento donde comienza el segundo cuerpo, formado a su vez por una hornacina que alberga una cruz solitaria. Sobre ella veréis un frontón donde aparecen los símbolos de la orden dominica, el perro con una antorcha o vela encendida y el escudo flordelisado blanquinegro, ambos escoltados por varios copetes de cerámica.
Pero sobre todo destaca en esta fachada el gran retablo cerámico de la Virgen del Rocío, de más de tres metros de altura, que pintara el ceramista José Morillo Fernández en el año 1931, en los talleres de la fábrica Hijo de José Mensaque y Vera.
Porque la iglesia de San Jacinto también fue sede canónica de la hermandad del Rocío de Triana desde la aprobación de sus reglas en el año 1817.
Bajo ella unos azulejos con estos versos, cuyo autor es el gran rociero Paco Astolfi:

Soy la Virgen del Rocío

madre de Dios Soberana

Nació aquí mi romería

para gloria de Triana.

Al llegar el nuevo día

santíguate buen cristiano

rézale un Avemaría.

A continuación veréis la reja que guarda los jardines que se sitúan delante de la fachada principal de la iglesia, donde destaca un inmenso ficus, según dicen, traído desde América por un fraile dominico.
Lo que sí es seguro que desde hace más de cien años este monumento vegetal ha sido testigo del paso del tiempo por esta esquina de Triana, del discurrir de los fieles que entran y salen del atrio de los dominicos mientras crecía en frondosidad y altura, incluso perdiendo ramas que caían milagrosamente sin dañar a sus vecinos.
Y es tan querido en Triana que hasta Víctor García Rayos en el pregón de las Glorías del año 2010 le recitó una bella poesía que empezaba así:

Hay un árbol en Triana

que es de aspecto centenario.

Unos dicen que es un Ficus,

otros que es árbol de caucho,

otros le buscan el nombre

y otros dicen que es canario.

El árbol lo plantó Triana,

un mes de junio de antaño,

que le faltaba la sombra

a su Madre del Rosario (…)

Rafael Martín Holgado, el 11 de enero de 2011 le dedicó un artículo en el blog Triana en la Red. En uno de sus párrafos decía:

(…)Se le conoce como ficus australiano y es de hojas grandes, como el ficus gomero del altozano, pero se diferencian con facilidad porque el ficus australiano no tiene las vainas rojizas, porque sus ramas caídas se alzan en los extremos por donde brotan las nuevas hojas, y sobre todo, por las vistosas raíces aéreas que desarrolla y por las raíces superficiales, que emergen del suelo, onduladas, gruesas, olas de piedra verde, furiosas, que agrietan los muros para escapar del alcorque (…)

Incluso el periodista Francisco Correal en su sección del periódico Diario de Sevilla del día 17 de julio de 2013, se acordó de este insigne y vetusto vecino del barrio como homenaje cuando cumplía un siglo de vida:

(…)Este árbol lleva cien años siendo trianero del año. Trianero del siglo, plantado en 1913, en puertas de la Velá el centenario ficus de San Jacinto es el segundo faro de Triana. Ya se divisa su fronda desde el puente donde estuvo el primero, que da nombre al restaurante bajo el que salía la línea fluvial Sevilla-Sanlúcar-Mar (…)

Y bajo él, quedando falsamente pequeña, una cruz de piedra llena de años. Se trata de la Cruz de San Jacinto. Según refiere González de León se colocó enfrente de la iglesia el año 1675 para marcar el sitio utilizado como cementerio en la pestilencia de 1649, sirviendo después como hito o humilladero que señalaba la salida y entrada a Sevilla a través del puente conocido como Alcantarilla de la Cruz de San Jacinto, que salvaba el viejo foso musulmán que discurría siguiendo el trazado de la ahora calle Pagés del Corro, como ya dijimos. La cruz que en la actualidad vemos sustituyó a la primitiva en el año 1794, siendo trasladada al interior de recinto conventual ya en el siglo XIX.

El escritor Ángel Vela mantuvo una sección semanal en el periódico El Correo de Andalucía entre los años 1993 y 1997 llamada precisamente La Cruz de San Jacinto, tribuna donde reivindicaba al mismo tiempo que ensalzaba a Triana. El primer artículo comenzó así. Era el día 23 de junio de 1993:

Pues ocurre que, frente al acogedor bar La Esquina, lúdico contraste del horrendo edificio de Correos, permanece enhiesta y vigilante una cruz que señala la encrucijada vital del barrio más universal; otea el camino abarcándolo todo, y aunque ya no disfruta con los sabrosos ecos del trovador de las tapas, El Noli, en el inmediato y ya desaparecido Bar San Jacinto, tiene otras y muy distintas distracciones.

(Continuará)

 

Para solicitar los dos libros: josejavierruizp@gmail.com

Compra el nuevo libro de Callejeos por Triana enviando un correo al autor  josejavierruizp@gmail.com . (Y pídele que te lo dedique).

 

— Más Callejeos por Triana 

Presentación Callejeos por Triana. Segunda parte