LA FINITO DE TRIANA

No, no nació en Triana. Igual que Marifé, Juan Belmonte, Manuel Molina y ese largo etcétera de trianeros que no vieron la primera luz en el arrabal, Encarnación Fernández Sol, La Finito de Triana, fue trianera por amor a este barrio; llegó aquí de niña, según  le confesaba a Juan Luis Manfredi, quien en 1975, le realizaba una entrevista para ABC:

“-En realidad yo no nací en Triana, sino en la Puerta Real, pero he vivido en este barrio desde que era una niña. Recuerdo perfectamente cuando iba con mi madre a la Velá y veíamos la procesión de Santa Ana por la calle Betis, las candelás que se ponían por las calles para asar sardinas, los puestos de dulces, la gente comiendo en grupos en las puertas de las casas y en los patios de vecinos…”

                Ello no impide, como a ella no se lo impidió, ser depositaria de la gracia y el desparpajo característicos de la gente del barrio, de forma que, según cuenta Manuel Barrios, comentó, mientras contemplaba la estatua de Belmonte en el Altozano: “A Juan parece que le han dao un cañonaso…”.

Juan Belmonte en el Altozano

Su sobrenombre le vino por su hermano Isidro, que fue banderillero de Joselito el Gallo, y conocido como “Finito de Triana”. Pero ese no fue su única relación familiar con el arte, pues su madre, Carmen Sol Hernández, cantaba en el Novedades y era conocida como “La Rubia guapa”. Comenzó muy joven, en 1903, y destacó como saetera, aunque también hiciera otros palos.

“-Yo era fundamentalmente saetera, pero también cantaba sevillanas, fandangos, granaínas y tanguillos de Cádiz (decían en mis tiempos que nadie hacia los tanguillos como yo, ¿sabe usted?…”

Notables son sus sevillanas “Del laurel verde”, una variante de las corraleras, grabadas en 1930 y reeditadas en una colección recopilatoria en 2002. En cuanto a su carrera en el flamenco, decidió abandonarla  en 1930, dedicándose desde entonces, por pura devoción, a cantar en la parroquia de Santa Ana cantos litúrgicos, y a las saetas en la calle, a las imágenes de su devoción. De la dimensión alcanzada durante esos años, queda constancia en esta reseña de una actuación suya compartiendo cartel con La Niña de los Peines, en la Feria de Granada:

La Voz de Madrid 23 6 1924 Feria de Granada

EL PADRE CUE Y LA JOTA

Tan honrada cantaora era que, según la anécdota recogida por Fernando Iwasaki en su libro “Sevilla, sin mapa”, sucedió que el Padre Cué -el autor de “Mi Cristo roto”-,  la escuchó en el Altozano cantándole a la Esperanza ¡¡¡una jota!!! Cuando le preguntó porqué utilizaba tan singular canto para rezar a la Virgen, ella le dijo: “-Estoy mal de la garganta y una saeta no se pué farsificá…” Dicho esto en nuestros días, cuando tantos cantaores impostan la voz para parecerse a otro renunciando a ser ellos mismos, o “largan” como sea cantes con los que no pueden, debemos admirar esa honestidad de Encarnación.

LA FINITO, LOPEZ FARFAN Y “PASAN LOS CAMPANILLEROS”

Era costumbre durante los años veinte, que los pasos de misterio fueran acompañados por bandas de música, tal como lo hacen los pasos de palio.  Tras el único paso en aquellas fechas de la Hermandad de las Siete Palabras, desfilaba la banda del Regimiento de Soria 9, dirigido por Manuel López Farfán, Capitán músico mayor del mismo. Sucedió entonces que el maestro escribió la marcha que revolucionaria la música procesional, siendo desde entonces la más interpretada, la más grabada, la más popular. Se la dedicó a la Hermandad, quizá movido por los lazos de cariño adquiridos durante los años en los que fue siguiendo su cruz. “Pasan los campanilleros” está inspirada en los cantos navideños del Coro de la Soledad de Castilleja de la Cuesta. Tenía su letra, escrita por el Capitán Olmedo:

«En la cima del Monte Calvario

orlada de nubes, brillaba una Cruz,

y a sus pies, con el Santo Sudario,

esperaba María un rayo de clara luz…”

                López Farfán incorporó tras el misterio un coro de campanilleros, que cuadraba, con sus instrumentos, la interpretación de la marcha. Cuando la cofradía volvía de regreso a su templo, daba un rodeo por la Puerta Real, mientras el tranvía número siete esperaba para poder pasar. Entonces, desde un balcón, “La Finito”, acompañada de la banda y el coro, cantaba esa letra con el paso parado en la calle y el silencio de todos los que acudían a escucharla.

CRISTO DE LAS SIETE PALABRAS

Tuvo un final triste, como el de tantos flamencos, pobre, olvidada y haciendo un llamamiento en una  entrevista que le hizo en 1982 Antonio Burgos:

“-Si me hicieran un homenaje, aunque fuera modesto, me quedaría algo para poder pagar algunos meses de alquiler de la casa donde vivo. Con eso me conformaría.”

                En abril de 1985, el diario ABC publicaba la noticia de su fallecimiento:

20 4 85 Muerte de la Finito

                Para terminar, y como un homenaje a su vida y a su obra, me gustaría citar un texto a su memoria de quien mejor puede hacerlo, el que le dedicó Francisco J. Ruiz Torrent:

“-Apoyada en los viejos muros de la catedral trianera de Señora Santa Ana, prácticamente ciega y calzando unas deterioradas y negras babuchas, queremos recordar hace tan sólo unos años por estas fechas, a la que fuera famosa cantaora y saetera, a la Finito de Triana, entonando cual aria de una ópera de Puccini en una premonición de su cercano adiós a la vida, aquellas sus últimas notas de alabanza a Dios: “Cantemos al amor de los amores. Cantemos al Señor. Dios está aquí. Venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor…”

A veces se veía obligada a bajar aquel tono agudo y vibrante tan peculiar suyo que ya sus mermadas facultades eran incapaces de sostener. Era como una especie de pregón o llamada de la anciana cantaora, que con su voz desgarrada, convocaba al barrio para homenajear a Dios en la Eucaristía.”

 

José Luis Tirado Fernández

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