UN BALCÓN BAJO LAS ESTRELLAS

Mi casa de Madrid es un puñadito de tejados rociados de antenas y salpimentados de chimeneas humeantes. Posee una terraza que a muchos escoció por sentir que eran metros perdidos y la eliminaron; nosotros no. La convertimos en un balcón colgado del cielo, de  nubes glotonas, de un sol chispeante y unas estrellas balanceándose  en la cúspide de la creación humana.

Da igual que llueva, nieve, truene, nosotros nos suspendemos en ella mañana tarde y noche, cualquier excusa es buena para mirar al horizonte de cascadas de edificios vetustos o en flor. Allí, en ese pequeño remanso de paz podemos hacer de todo y nada en particular. Te relajas, piensas, lees, cruzamos sintonías, desmenuzamos duelos, sueños e incomprensiones, pero sobre todo cosemos corazones. Ahí me siento más madre, más esposa, más útil a los míos. Sí, es como si fuera una extensión de la cocina, esa costumbre tan española de enredarte entre fogones en una buena charla mientras el guiso humea y la cerveza corre alocada por nuestras gargantas.

Por la noche creamos nacimientos con las ventanas de las casas y Casiopea extiende su luz por el belén que nuestros ojos han creado. Nosotros somos los pastores y nuestras cuitas, las ovejas.

En una de sus paredes cuelga un azulejo sevillano, Es mi Esperanza de Triana que bendice nuestras vidas.

Mi casa de Madrid es un puñadito de esperanzas colgadas de un balcón. Cuando me tiendo en su calma, sueño que estoy zapateando bajo el cielo de Triana.

¡Bonito domingo, mis trianeros!

MªÁngeles Cantalapiedra, escritora