NUESTRO ANIVERSARIO

Mi queridísima Triana…

Esta semana hizo un año sin estrecharme en tus brazos, sin mirarte enamorada de todo lo que representas para mí, sin poder deambular por tu cuerpo sin ningún destino en concreto, solo por el placer de estar junto a ti. Han pasado doce meses y tengo la sensación que no avanzamos en esa guerra sorda contra el enemigo invisible.

De nosotros, de nuestras tripas surgió lo mejor de nosotros mismos: el reconocimiento, la solidaridad, la obediencia, la prudencia… Después, olvidamos y asomó lo malo: el egoísmo, el miedo, la incertidumbre, la irresponsabilidad y así se sucedieron la segunda, la tercera y vamos a ver si contenemos la cuarta.

Un año, doce meses adaptándonos a un estilo de vida contenido, con restricciones y renuncias. En aquellos primeros días nos llovían noticias como sapos mordiéndonos una oreja. No digeríamos una cuando llegaba otra nueva. Exceptuando los histéricos que llevaban dando la murga varios días mientras saqueaban supermercados, el resto, no es que no creyéramos en la que se avecinaba, pero lo tomábamos con tranquilidad e incluso pensando que era una exageración, en cierto modo nos cosimos a las ideas de los expertos que no era para tanto pero que había que concienciarse y nos quedábamos con los chistes del papel higiénico. Y el trastazo que nos dimos cuando la realidad se impuso fue morrocotudo, y como recuerda hoy una enfermera en una entrevista “Tengo grabados, por ejemplo, los gritos de una madre y su hijo, con síndrome de Down. Estaban los dos contagiados y no querían separarse» o, «No se me olvidará nunca el silencio y las miradas clavadas al suelo cada vez que sacábamos un cadáver»

Todos, de una forma o de otra, llevamos en nuestras cabezas cicatrices de sonidos, aquel silencio apabullante de las calles desiertas, el olor a muerte sin despedida de los nuestros, la mirada descarnada de cientos de ataúdes y así uno a uno fueron desapareciendo de nuestros ojos ancianos, sí, Triana, abuelos, padres, luego hermanos, amigos, conocidos, primos, y por primera vez nos enfrentamos, vimos en directo a lo que el ser humano nunca se quiere enfrentar: a la muerte en mayúsculas, y con estupor aprendimos a enfrentarnos con situaciones inimaginables solo vistas en películas catastrofistas.

Y tú bien sabes Triana lo que llegó además de la muerte: tus colas, nuestras, las extremidades del hambre y del paro, ¡cuántas familias, Dios mío!, pidiendo auxilio, ayuda y caridad.

Hoy, doce meses después, se nos sigue pidiendo, a veces exigiendo por irresponsabilidad nuestra, renuncias y es duro, pero por un bien común debemos hacerlo. Ahora es el momento de no ser colegiales, fuera nervios y miedos, y comportémonos con mesura, con cabeza. La vida nos regala cada día la oportunidad de rectificar nuestros errores. Hagámoslo. Pongamos nuestro granito de arena, seamos solidarios… por ellos, por todos.

Un abrazo, Triana, de esos que hemos aprendido a dar con los ojos, con los brazos desnudos, con el corazón, pero al fin y al cabo un brazo de cariño responsable, una sonrisa y «Palante» y, por supuesto…, llenos de Esperanza.

MªÁngeles Cantalapiedra, escritora