EN TU RECUERDO

Manuela se cepilla el pelo. A pesar de sus años, apenas unas hebras de plata cabalgan por su larga melena. Se mira en el espejo, su mirada es dura o eso dicen, pero ella quiere pensar que son dos faros negros que iluminan de noche y de día, tal como José en sus noches de pasión se quedaba quieto encima de ella y se internaba en sus ojos para grabar su imagen y nunca olvidarla.

Lo conoció cuando ella apenas había alzado tres palmos del suelo y su madre le hacía una trenza gorda en la nuca. Él tenía casi la edad de su padre, pero para Manuela no conoció otro varón que hiciera de ella un cascabel. La enseñó todo en la vida, hasta mover las manos y tocar las estrellas con ellas y sus brazos ser dos arpas abrazando a una feria de abril. Su mirada era un descaro, dos cuchillos que quitaban el hipo a todo aquel que osara desafiarla.

Se desposaron por el rito gitano, no podía ser de otra manera, y tuvieron cuatro hijos; tres machos y una hembra. Dos feriantes de feria en feria haciendo en el paladar el placer de comer un tejeringo, un calentito o una porra. José decía que su cuerpo sabía aceite hirviendo en sus venas, y para Manuela la piel de su hombre era azúcar en caramelo.

Fue hombre hasta dos días antes de irse a donde Dios destinó y, aún siendo un abuelo y Manuela casi una niña, no encontró mayor placer que aquel cuerpo añoso, pero jamás encorvado. Después, la vida siguió, nunca abandonó el luto y el fluir de pretendientes se arremolinaron entorno a su puestecillo ambulante de feria en feria, pero la de abril en Sevilla tiene una enjundia muy personal para ella.

Este año, otro más, el Covid no lo permite, no la importa. Lo piensa mientras se hace un moño, como el que se hacía su madre y antes su abuela. Prieto, bajo, y el cabello bien pegado a la cabeza. Estrena vestido, por supuesto negro. Abre la caja, sus manos tiemblan de emoción. Ahí siguen bien resguardadas unas perlas que José trajo de no sé donde para su reina; jamás las estrenó “Por Dios, José, ¿cómo va a ir una gitana vestida de señora estirá?”, le preguntó enfurruñada, pero con los ojos pegados a esas lágrimas blancas que él con devoción le mostraba.

Pero hoy, en su recuerdo, las estrenará. Se podrá el mantón de manila de sus ancestros y pisará fuerte por San Jacinto del brazo de su hijo José y a su lado sus tres hijos restantes. “Ahí van los Ortega” oirá y con más orgullo pisará el puente de Triana para sentir la “no feria”, para vivirla en sus recuerdos con su José pegado al corazón. Verá el alumbrado de la plaza de San Francisco y luego el de la plaza del Salvador con sus postes hilvanados de guirnaldas y pintados de blanco y añil. Más tarde se sentará la familia Ortega al completo en una terraza que recuerda en su decoración tanto a “los días de albero y farolillos” en los Remedios, a cenar como manda la tradición pescaíto frito.

Por la mañana se subió con sus hijos a la azotea para ver, sentir y vivir la feria de abril en el cielo de Sevilla. Cinco pares de globos surcaron el techo de la ciudad al son de sevillanas en el aire. Manuela siempre las bailó primero con su padre y más tarde con su José, pero esta noche lo hará en su recuerdo. Tocará la guitara Sebastián, el hijo chico, lo hace como los propios ángeles mientras unas palmas y un coro elevan sus voces al cielo de Triana:

«Desde el cielo de Sevilla / Hay una guitarra morena / Y una guitarra morena / Desde el cielo de Sevilla / Y una guitarra morena / Que quiere cantarle al mundo / Pa’que se acaben sus penas / Pa’que se acaben sus penas / Triste por los que se fueron y alegre por poder verte / Y disfrutar de tu cielo mira si es grande mi suerte«.

Y mientras alce sus manos a ese cielo de Sevilla en el corazón de Triana, Manuela lo hará en su recuerdo, en memoria de su esposo.

¡Feliz no feria mis trianeros!

MªÁngeles Cantalapiedra, contadora de historias