GARDEL EN EL ÚLTIMO SUSPIRO

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Carlos es repartidor, tiene veintisiete años y le gusta su oficio; maticemos, le gusta conducir, el volante posee una especie de atracción fatal para él. Qué más hubiera querido ser que piloto de carreras de coches, pero se quedó en conductor de furgoneta. A los trece años, de la mano de su tío Tomás y sin consentimiento paterno, aprendió a conducir.

A los quince, se iba de farra con el coche de cualquier padre de sus amigos al que le sustrajeran las llaves; nunca le pillaron. Sin hábito en el estudio, con dieciocho comenzó a trabajar, parte del sueldo iba para la manutención de la familia y, el resto, se lo quedaba, empleándolo en juergas y comprar coches; cada tres años cambiaba de modelo.

Carlos tenía un sueño bastante avanzado junto a su amigo Tobías: una flota de furgonetas de servicio de mensajería. Su amigo, sería el socio capitalista, el padre tiene dinero para dar y tomar, y él, el currante de sol a sol. Sin embargo, inesperadamente aquella gripe rara que venía de Asía y de la que tanto hablaban los periódicos, llegó a la vida de todos, el padre de Tobías perdió una fortuna en bolsa, sus locales se vaciaron, los pisos en alquiler no pagaron y el sueño, de momento, se ha esfumado.

Pero Carlos es un tipo positivo, gestiona bien las decepciones y navega sin problemas cuando los recursos fallan. Su amigo está hundido y él le dice “Tío, tengo la suerte del pobre, como en mi casa no ha habido parné, no sabemos lo que es tener y luego perder, de esa frustración al menos nos libramos”, Tobías no puede entender que aún Carlos siga sonriendo, y el colmo es que lo hacía mientras los demás estaban confinados en sus casas para esquivar al virus, cada amanecer se la jugaba al servicio de la sociedad yendo y viniendo para repartir paquetes.

– Cómo no voy a estar contento, Tobías, si tengo trabajo y, además, con un volante en mis manos. Tú no has dado palo al agua en tu vida, macho, ni sabes lo que es la escasez… Mira, suerte que has tenido, pero ahora no te puedes quedar lelo, igual que si te hubiera dado un aire y los fusibles se te hubieran chamuscado. De pobre a rico o a ex rico, se te ha puesto una china en el camino. Sal, quítala y sigue.

Pero Tobías, efectivamente, se había quedado alelado. Ahora, para aturdido y desconcertado, Carlos, hoy 27 de junio. Esta noche pasada se ha corrido la juerga padre y ha llegado un poco pasado de copas. Su madre ya estaba levantada y le ha caído la del pulpo; no le deja acostarse. Le ha obligado a meterse en la ducha, luego a tomarse dos cafés cargados que sabían a rayos y centellas y, después, la traca final.

– Hijo, hoy no duermas. No puedes pasarte tu último día de vida durmiendo. A tu padre le dejo, duerme tal mal que hoy que ha pillado sueño no le voy a despertar.

– Mama, ¿de qué me estás hablando?

– De Nostradamus, él lo predijo. La culpa en esta ocasión no la tienen los políticos sino el cielo. Por lo visto, la conjunción de varios astros, vete tú a saber cuál, si Neptuno o Saturno, el caso que hoy es el fin del mundo. Todo se acaba, Carlos, todo…

– Para, para, echa el freno, mama. ¿Quién, coños, es ese fulano, el Nostra no sé qué?

– Un médico muy antiguo, hijo. “su afición a las estrellas y los horóscopos y otras nigromancias le hicieron partícipe de varias revelaciones”, era adivino de desastres. Fíjate, Carlos, vaticinó el asesinato de Kennedy, el ascenso de Hitler… Aprovecha tu último día, en cualquier momento, ¡zas!, y todo se acabó. Yo voy a hacer unas patatas a la importancia, lo que más me gusta cocinar.

– Para, para, mama, no te pongas difunta antes de tiempo ¿y por qué hoy, y no mañana o a la semana que viene? Más que nada para prepararnos.

– Hijo, eso díselo a los sabios. Tú, ¿qué vas a hacer en tus últimos suspiros?

– Estar contigo, más que nada porque mis amigos estarán dormidos… Ahora que estaba aprendiendo a bailar tangos, ¡qué faena, mama!

– Bailar tangos, ¿tú?

– Sí, mama, tuve una revelación en el confinamiento. Iba conduciendo yo solo en pleno Paseo de la Castellana cuando sonó la voz de Gardel, frené y bajé de la furgoneta. Miré al cielo y vi a dos arremolinándose uno contra el otro y yo me dije “Yo, también quiero” … Mama, estaba esperando a que las academias abrieran, el Nostradamus ese no me puede hacer esa faena, ¡coño!

– Hijo, no te frustres, si quieres mientras se hacen las patatas bailamos tú y yo un tango. Solo sé bailar pasodobles, pero…

Carlos ha buscado en YouTube música de tangos. Ha cogido por la cintura a su madre, ha clavado su mirada en los ojos maternos y enredado sus piernas… Al vecino de arriba se le ha resbalado la caja de botellas y han caído todas al suelo; el ruido ha sido espantoso, tanto que, los vecinos de abajo al oír aquel sonido terrible y aterrador han dicho:

– Mama, morimos bailando, ¡qué placer!

– Sí, ¿para qué habré hecho las patatas?

¡Feliz domingo, mi Triana bonita

MªÁngeles Cantalapiedra, escritora

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