– No aguanto más. Me tiro por la ventana.
– ¡Joder! Estás pesado esta noche. Espera, analicemos, Leo.
– No hay nada que considerar, me tiro por la ventana.
– Ven para acá y deja la ventana en paz. Me han dicho que es una muerte terrible y no muy segura.
– ¿Quién te lo ha dicho, Jonás?
– Uno que se mató y lo pasó fatal, Leo. Si al menos tuvieras un balcón…
– ¿Y qué más da balcón o ventana?
– ¡Leo, por dios! ¿Te has fijado en tus ventanas qué tamaño tienen? No cabes Leo.
– Me empujas tú y quepo.
– No Leo, no, sobre mi conciencia no puede recaer que ayudé a mi compadre a finiquitar su mala suerte. Además, no te vas a matar y lo único que conseguirás es quedarte tarado.
– He leído en la prensa que el 99% se mata, ¿voy a tener ahí también tan mala suerte, Jonás?
– En este caso, fijo. ¿Te has parado a pensar dónde vives?
– Oye tú, ¿qué tiene que decir de mi casa? La hipoteca terminada de pagar el mes pasado.
– Leo, que no es eso, en ese caso eres un chollo.
– ¿Sí?, ¿tú crees de verdad que soy una bicoca? Entonces, ¿por qué todo me sale mal, Jonás?
– El sino, Leo, el sino.
– ¿Qué sino ni que ostias? No me empieces a envolver, piquito de oro, que nos conocemos. Lo tengo decidido, me tiro por la ventana.
– ¡Vaya noche que me estás dando, macho! Que vives en un bajo, Leoncio, coño, como mucho te quedas cojo.
– Jonás, cuando llegué al barrio, todos los pisos estaban ya vendidos, solo quedaba el piso piloto, el bajo, fue una ganga y encima me lo dieron decorado. ¿te has fijado qué cortinas de satiné tengo?
– ¿Satiné?, ¿qué es eso, Leo?
– Y yo qué, coños, sé. Mi madre dice que da empaque a la casa. ¿Tú tienes cortinas, Jonás?
– Ahí está, Leo, ¡ahí!
– ¿Cuál, Jonás?
– Tu madre y las cortinas. ¿Qué pasará de las cortinas si te matas?, ¿No te dan pena, de satiné y kaput su dueño? Y, ¿tu madre? Ella no tiene repuestos, solo tiene un hijo y eres tú.
– Las descuelgo ahora mismo y te las llevas. Esa será mi herencia para mi compadre, ¿qué te parece?
– ¿El satiné en mi casa? No tengo para colgarlas, leo.
– Pues de colcha, mantel, cortinas de baño, coño, qué exquisito eres. ¡Desagradecido con un moribundo!
– ¿Ya estás en fase de muerto, entonces?
– La decisión está tomada, Jonás.
– Tirándote de un bajo, insisto y no quiero ser gafe…, no alcanzas la muerte total.
– Analicemos otras posibilidades… ¿Otro huisqui?
– Nos hemos tomado dos botellas, Leo, mañana no habrá quién nos despierte.
– ¡No jodas, tío! Si no fichamos a la hora, descuento al canto.
– A ti, ¿qué más te da si te vas a morir, Leo?
– No, no, porque soy un tipo honrado. Aviso primero a don Leocadio para que no cuente conmigo ya nunca jamás.
– Entonces, ¿hoy no te asesinas?… Estoy pensando, ¿por qué no te matas con el último modelo de taladradora que vendemos?
– ¿Tú crees? Y, ¿qué me taladro?
– El arma de delito, tu pene… Leo, ¿Por qué bebes con mascarilla el huisqui? Se te va a estropear el bozal.
– No me quiero coger el coronavirus, Jonás. Me muero contagiado y lo expando allá arriba… Por cierto, ¿tú has estado allá arriba?
– ¿Dónde?
– Pues en el cielo con San Pedro, Santo Tomás de Aquino, toda esa panda de amigos de mi madre
– No, ¿son buena gente?
– Mi madre mata por ellos.
– Pues dile que te mate ella.
– No, antes mato a la ministra de igualdad, ella es la causante de todos mis males y los tuyos, te recuerdo.
– A ver, a ver, que me he perdido. Ponme otro huisqui… Es decir, antes de asesinarte, matas a la ministra y luego te asesinas, ¿no?
– ¿Te recuerdo que por su culpa nos han cerrado los puticlubs? No veré más a Corina y, por tanto, tendrás que asesinar a mi pene. Yo no tengo cojones para dispararlo
– Corina, Corina… Oye Leo, pero, ¿esa no es el ligue del padre de alguien?
– Yo quiero a mi Corina, Jonás, me da igual que sea de otro, yo quiero a mi Corina… Bebe con mascarilla, a ver si me contagias, joder.
– ¡Perdona! Tienes razón… Debíamos independizarnos, Leo y poner nuestro propio negocio. Nos debemos anticipar antes que unos listillos se nos adelanten.
– ¿De qué?
– Muñecas hinchables. Se llamará “Tu placer en Jonás y Leo”
– ¿Las venderán en los chinos?
– Seguro, esos venden de todo.
– ¿En alquiler o en propiedad?
– Como no tenemos un euro, empezamos en alquiler, ¿Te parece?
– ¡Hecho!
– ¿Ya no te asesinas?
– No, voy a esperar a ver cómo funciona el negocio. Oye, Jonás, a las muñecas, ¿las tendremos que poner mascarilla?
– Seguro, pero mejor llamamos al Ministerio de Sanidad.
– ¿Lo sabrán allí?
– No creo, pero la que lo sabe seguro es tu madre.
– ¿La llamo y se lo pregunto?
– Espera a mañana, ahora se te traba un poco la lengua.
¡Feliz domingo, mis trianeros!
M Ángeles Cantalapiedra, escritora
©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla…Gymnopédies ©Un lugar al que llegar ©Oscuro deseo