TRIANA, EL NIÑO RITA Y LA BOCA DEL INFIERNO (Segunda parte)

¿UN HÉROE POPULAR?

“El Niño Rita es un caso de abnegación personal. Treinta años lleva alternando su humilde oficio de arenero con la humanitaria tarea de sacar del río los cadáveres de los que caen al agua por voluntad propia o por algún designio fortuito, fatalista o malaventurado. En ese largo período de tiempo, el Niño Rita ha extraído de las aguas del Guadalquivir más de doscientos cadáveres, y también ha salvado, con riesgo de la suya, las vidas de más de treinta personas que estuvieron en inminente trance de perderlas. Hasta recuerda que hace ya muchos años salvó la vida a un conocido aristócrata sevillano, que en plena orgía se arrojó al rio cuando la luz mañanera bacía guiños casi imperceptibles en el horizonte lejano. Por este servicio, verdaderamente humanitario, le dieron las gracias, quince pesetas y unas botellas de vino por toda recompensa.”

El Niño Rita junto al rio

El texto anterior nos presenta al Niño Rita como un hombre sencillo, amable y dispuesto en el servicio a los demás.

MEMORIAS DE LA INQUISICIÓN

Un texto escalofriante ilustra la labor de Antonio Expósito:

“Al hablar del callejón de la Inquisición, ¡cuántos recuerdos vienen a la memoria de episodios de aquellos tiempos perdidos en la lejanía de los siglos! De ser fiel el relato «histórico» que este buen hombre, pescador de cadáveres, trata de exhumar de entre sus vagas referencias de la historia de Sevilla—que él se empeña en puntualizar con citas y anécdotas curiosas, según lo que ha leído y le han contado—, el palacio de la Inquisición, hoy destartalada casa de vecindad, lo tiene él sobre sus espaldas y le parece una pesadilla terrible, especialmente en las noches de agua y viento, cuando los elementos, en terca porfía, encrespan las aguas turbias del Guadalquivir, que chocan con violencia contra los frágiles cimientos de su casucha miserable. El Niño Rita, que lleva viviendo treinta años en el callejón de la Inquisición, con su hipérbole andaluza nos dice: —Sí, señó. Este callejón le yaman de la Inquisición, y en la casa de ayí arriba, ¡cuántos probecitos cayeron! ¡Cuántos probes ajusticiaos fueron echaos al río por esta reja, llama la boca del Infierno ¡Los metían en sacos y con pesas amarras a los pies para que jueran en seguía ar fondo!”

                 Si algún infierno ha existido en la tierra a lo largo de los siglos, o al menos lo que más pudiera asemejarse a su constitución, eso fue la Inquisición española, que se ocupaba de apresar, encerrar, juzgar y castigar a personas que cometían “delitos” tales como ser librepensador, homosexual o profesar otra religión distinta a la católica. El castillo de Triana fue lugar de muerte y sufrimiento durante el tiempo que alojó al Santo Oficio y todavía, en la memoria colectiva de los sevillanos, habita el espanto de su recuerdo. Aquel infierno tenía su boca, por la que excretaba la miseria y el dolor que padecían sus habitantes.

El Niño Rita junto a la boca del iniferno

Según una antigua tradición, los ejecutados por la Inquisición, eran amortajados dentro de un tonel y arrojados al río. En la orilla de enfrente, eran recogidos por los cofrades de la hermandad de la Caridad, que les daban cristiana sepultura.

Las aguas de ese río siguen estando ahí. Es el mismo de entonces. Pero la última vez que recuerdo haber estado de “curioso” mientras buscaban un cadáver junto a la zapata, lo hacía la Guardia Civil, en los años setenta, vestidos de hombre-rana. Era una mañana muy luminosa de verano. Posiblemente el Niño Rita, desde el cielo, miraba cómo lo hacían. No sé qué tienen esas aguas que tan gran desconcierto me han causado siempre, ni su misteriosa seducción; he pasado tantos ratos mirándolas, que a la fuerza he hecho buena la soleá que dice:

Cuando se va pa´ Triana

tó el que pasa por el puente

se queda mirando el agua.

José Luis Tirado Fernández


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